Mi amistad con Dios

Dios es el amigo fiel, el que nunca falla. Tener una amistad con Él es lo más fácil porque frente a nosotros tenemos al que nunca se cansa, paciente, servicial, siempre te perdona y disculpa, te dice la verdad y respeta tus momentos y tiempos. Es el amigo perfecto con el que se puede contar, porque siempre está ahí dispuesto a ayudarte en cualquier situación. No le importan las horas, nunca está ocupado, sino que está esperando que le busques, llames a su puerta, entres en su casa, te sientes a su lado y le cuentes todo aquello que lleva tu corazón. Dios siempre cuida la amistad. Basta con echar una mirada al libro del Génesis para comprobar que, a pesar de la traición, Dios siempre se muestra cercano. Le ocurrió a Adán y Eva cuando comieron del fruto prohibido y al mirarse entre ellos se vieron totalmente desnudos. «Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín» (Gn 3, 8). A pesar de la traición, Dios nunca dejó de ayudarlos; así lo reconoce Eva cuando concibe a Caín y dice: «He adquirido un hombre con la ayuda del Señor» (Gn 4, 1), porque siempre está pendiente de los hombres y por supuesto de ti y de mi.

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¿Cómo afrontar los sufrimientos y dificultades?

Hay veces que resulta difícil ver la mano de Dios en medio de las debilidades, del sufrimiento, de la confusión ante lo que acontece en nuestra vida. Dios siempre está y es necesario, desde la fe, poder verlo con claridad para que encontremos la calma que nos permite afrontar las situaciones con paz y confianza en Él. El apóstol San Pablo nos da su testimonio de cómo en medio de la debilidad ha sentido la fortaleza que el Señor le ha regalado: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío en mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10). La Palabra de Dios tiene mucho poder y fuerza y aunque a veces cuesta trabajo reconocerlo en medio de la debilidad, Cristo nos tiende su mano para llevarnos a una vida nueva.

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Transmitir la fe en la familia

Estando en el garaje de la casa parroquial disponiéndome para salir con mi vehículo particular escucho que pasa por la puerta un padre que le dice a su hijo: “Mira, cuando pases por este lugar (la Iglesia), y por mucha prisa que tengas, que nunca se te olvide…”; a lo que el hijo le responde a su padre: “Saludar a Jesús y a la Virgen”. Os tengo que confesar que en ese momento he respirado hondo, he cerrado los ojos y he dado las gracias al Señor por poder escuchar el consejo que este padre le daba a su hijo. Me he quedado maravillado y sobre todo me ha servido para varias cosas: 

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Esperar con paciencia

Esperar con paciencia es todo un reto, un gran logro el que cada uno conseguimos cada vez que lo realizamos. Porque es muy fácil desesperar en los momentos de dificultad o cuando nos vemos acorralados por situaciones y vivencias difíciles. Nuestras actitudes son las que van marcando nuestro estado de espera o de desesperación, y sobre todo lo que fluye en nuestro interior, donde nosotros decidimos lo que queremos compartir o reservarnos para nuestra intimidad personal. Para lograr esperar que acontezca lo que necesitamos y así recuperar nuestra paz y calma interior, es fundamental la paciencia. Sin ella estamos perdidos, porque además es un fiel reflejo de nuestra confianza en el Señor. Están íntimamente unidas y relacionadas porque la una depende de la otra y viceversa; caminan de la mano, porque quien confía es capaz de ser paciente y dar su tiempo, y quien desconfía rápidamente va a buscar a otro lugar lo que necesita esperando encontrarlo con prontitud.

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Saber esperar con paciencia

¡Qué trabajo cuesta muchas veces ser paciente! Que las cosas pasen cuando las necesito y cuando me urgen, es lo que deseamos todos prácticamente cuando nos encontramos en un momento de dificultad. Queremos pronto la solución y a veces no llega, se retrasa más de lo que nos gustaría. Y al acudir a Dios parece que también se hace de rogar, tarda demasiado tiempo en responder y la espera se hace demasiado angustiosa, tanto que incluso en ocasiones se convierte en sufrimiento. Una de las virtudes que Dios quiere que tengamos es la paciencia, y esta es la que nos ayuda a seguir manteniendo la fe en el Señor que ha de responder. La paciencia nos lleva a saber esperar, a no precipitarnos ni desesperarnos; a mantener la calma, aunque las cosas no pinten bien y todo bajo nuestros pies se esté desmoronando a una velocidad vertiginosa. Es con la paciencia con la que obtendremos respuesta a nuestros ruegos; esa respuesta que llega en el momento en que Dios lo que decide y planea. ¿Por qué se hace tanto de rogar? Porque los planes de Dios no son los nuestros y nuestra manera de pensar no es la de Dios. Dios no actúa por intereses ni por la inmediatez de nuestra situación personal. Dios es paciente y es necesario que tengamos nuestro espíritu preparado para que su acción sea efectiva en nuestra vida.

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Mi termómetro de la confianza en Dios

En toda relación es condición indispensable la confianza para que funcione, avance por el buen camino y nos haga sentir seguros, de que la relación funciona y merece la pena. Somos conscientes de que una relación no tiene futuro si existe la desconfianza, porque hay situaciones que se dan dentro de la relación que requieren fe. Con el Señor nos ocurre lo mismo, tenemos que fomentar nuestra confianza en Él, para que cuando nos vengan los momentos de dificultad o cuando la vida no nos marche como a nosotros nos gustaría, no entremos en conflicto con Dios y nuestra fe no se debilite. La confianza está relacionada con lo que esperamos que suceda en el futuro, y las pruebas que vamos teniendo nos ayudan a reflexionar si lo que viene es bueno o no, si nos provoca incertidumbre o nos genera dudas sobre la influencia de Dios en nuestra vida. En momentos así es cuando más debemos confiar y esperar en el Señor.

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Saber confiar en Dios

Cuando nos encontramos en medio de las dificultades o de los sufrimientos sabemos que es importante confiar en el Señor, pero no basta solo con decir “confío en el Señor”; hemos de intentar echar a un lado las preocupaciones y los miedos que se hacen fuertes en nuestro interior, para saber dar paso a los dones que el Señor nos quiere regalar cuando somos capaces de ponernos en sus manos. Ahí es cuando somos conscientes de que merece y mucho la pena esforzarse, para que en nuestra mente podamos rechazarla confusión, el dolor y el desaliento ya sí puedas decir con fuerza: “Confío en Dios”. Esperar en Dios y confiar, a veces, no resulta fácil, porque las emociones, los sentimientos y el estado de nervios que podemos tener nos pueden jugar en un momento determinado una mala pasada. Procura tener a Dios siempre presente, para que puedas percibir su presencia y ser sensible a lo que Dios te quiere dar en ese preciso instante, porque Él siempre actúa cuando le abrimos el corazón y nos dejamos transformar.

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Asombrar a Jesús

Son muchas las malas noticias que nos hemos acostumbrado a escuchar en los medios de comunicación. Parece como si hubiésemos hecho callo y la información que recibimos sobre el sufrimiento humano, el desorden y el caos a través de la violencia o el abuso, la poca ética moral… ya ni nos conmueve ni inmuta. Nuestra sociedad e incluso nosotros mismos parece que nos hemos inmunizado y mientras no nos afecten los problemas de primera mano cada uno seguimos con nuestra vida.

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Confío en ti, Señor

Quiero que mi confianza en Dios se transforme en seguridad y en esperanza firme, porque el Señor tiene que seguir actuando en mi vida y ayudarme a seguir mi camino de fe con determinación, llenando mi vida de sentido y de amor. Confiar en Dios a veces me exige tener que cederle el mando de mi vida, algo a lo que muchas veces me cuesta trabajo renunciar, porque quiero ser yo quien marque los ritmos, los procesos y sobre todo lo que más me conviene en todo momento. No quiero cegarme en esta empresa, entre otras cosas porque tengo claro que el Señor siempre va a buscar lo mejor para mi y sé que no voy a estar en mejores manos que en las suyas. Esto me tiene que llevar a fiarme plenamente de Él y a saber concretizar en mi día a día que es el Señor quien me tiene que guiar y el que tiene que mandar en mi. Hay veces que la tentación de la autosuficiencia se hace fuerte en mi y cierra mi corazón, entre otras cosas porque tengo la sensación de que hay veces que salgo triunfante en muchas empresas propuestas y me creo que son mérito mías.

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Perseverar en la vida de fe

Son muchos los cambios que hemos experimentado desde que comenzó la pandemia. El camino no ha sido fácil y eso ha dificultado también nuestra capacidad de perseverar en lo cotidiano. Mantenernos firmes en nuestra oración es una dificultad que arrastramos durante nuestra vida cristiana, porque el nivel de exigencia personal es elevado y debemos de estar muy atentos para no dejarnos llevar por el activismo y sacar tiempo para el encuentro con Dios. Siempre lo agradecemos cuando nos superamos y somos capaces de mantenernos constantes en nuestro camino espiritual. Atender constantemente nuestra alma sin desviarnos, manteniéndonos firmes en nuestra fe eso es perseverar. Y todos queremos perseverar en cada ámbito de nuestra vida. Otra cosa distinta es que lo logremos o que se den las circunstancias internas necesarias que nos permitan lograr nuestro propósito.

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