Hay muchas veces en las que vemos a las personas que han sufrido bastante y mantienen la entereza, la normalidad en su vida. Quizás a nosotros también nos ha podido ocurrir en muchas ocasiones. Y ante esto solemos decir: “La procesión va por dentro”. Es la manera de decir que el sufrimiento y el dolor lo tenemos en el interior, aunque no lo exteriorizamos, o al menos eso intentamos. Porque no queremos hacer sufrir más a los que nos quieren, porque necesitamos salir adelante y pasar el bache cuanto antes, porque no queremos que los que nos han hecho daño disfruten de nuestro dolor… y otras razones más que nos hacen actuar así.
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Sobre la envidia
La palabra envidia viene del latín “in-videa”, que significa “el que mira mal”. Y es que hay veces que miramos mal a las personas deseando algo que ellos pueden tener y nosotros no. Hay veces que la felicidad del otro puede llegar a molestarte e incluso a hacerte sufrir, y esto se vuelve contra nosotros. Santo Tomás de Aquino lo refiere como “el dolor del bien ajeno”. Tendemos a generalizar y solemos decir que el mundo en el que vivimos está lleno de envidia, pero por norma nunca miramos dentro de nosotros, sino que es mejor mirar los defectos y debilidades de los demás.
Es por tu bien
¡Cuántas veces siendo pequeños nos han corregido diciendo que lo hacían por nuestro bien! En su momento no nos gustó que nos corrigieran, hasta pensábamos que las personas que lo hacían estaban en contra nuestra. Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada nos hemos ido dando cuenta que tenían mucha razón y que nos aconsejaban por nuestro propio bien. ¡Cómo hemos agradecido lo que han hecho por nosotros y la paciencia que han tenido en nuestra educación y formación como personas!
¿Por obligación?
Todos tenemos obligaciones que cumplir. Muchas las realizamos porque es nuestro deber y no nos queda más remedio y muchas otras las hacemos por amor, por ilusión. En nosotros está el ver qué sentido le queremos dar y cómo queremos que éstas repercutan en nuestro ánimo y en nuestra vida.
Cuando actuamos por obligación porque no nos queda otra, no saboreamos lo que hacemos y perdemos buenas ocasiones para enriquecernos, crecer y madurar personalmente. La rutina, el hacer las cosas sin sentido, el actuar sin corazón nos introduce en un círculo vicioso del que nos resulta difícil salir. No estamos satisfechos, sabemos que tenemos que cambiar pero no encontramos la forma ni el momento para romper con estas situaciones.
Ser detallista
A todos nos gusta que nos ayuden y sentirnos apoyados en los momentos difíciles. Sentir el calor de la amistad, de la compañía y no verte solo ante la adversidad es un verdadero regalo, porque eres consciente, una vez más, de que eres importante para los otros.
Cuando tienen un gesto con nosotros que no esperamos, nos sentimos a la vez que sorprendidos, agradecidos y alegres, porque ese detalle que no esperábamos nos ha sorprendido y nos ha llegado al corazón. Y es que necesitamos sentir, amar y ser amados, comprobar con asiduidad que contamos para los demás.
En camino
Son muchos los propósitos que a lo largo de nuestra vida nos hacemos. Algunos los logramos y otros no. Todos sabemos que de buenas intenciones no podemos vivir porque necesitamos de las obras que avalen nuestra vida. Tenemos que tener paciencia con nosotros mismos para aprender a tener paciencia con los demás.
Eres mi música Señor
Necesitamos una melodía serena en nuestras vidas que nos ayude a degustar cada una de las notas que la componen. Para que la melodía sea bella necesita de la armonía que da la perfecta compenetración entre sus compases y silencios. Así se hace hermosa a los oídos y la podemos disfrutar y saborear. En muchas ocasiones los compases de nuestras vidas no tienen tiempo para los silencios, van tan rápido, por la velocidad con la que vivimos, que ya nuestra música particular no suena igual.
Sin interés
Estamos tan desengañados y desencantados con el mundo que nos rodea que nos cuesta trabajo abrirnos de corazón. Quizás para no sufrir, quizás porque pensamos que no nos podemos fiar de los demás, pues parece que cada uno va a lo suyo. Creo que el individualismo que nos rodea y del cual somos partícipes en muchas ocasiones, va cerrando poco a poco nuestro corazón y sobre todo nos está apagando el deseo de lucha y de cambio tan necesario en nuestros días. Es necesario que salgamos de nuestro “encierro interior” y podamos así romper la desconfianza que merma nuestra capacidad de apertura y de entrega a los demás.
Con paz
A todos nos gusta llevar la razón, sobre todo cuando estamos en el momento álgido de una discusión, hacemos y decimos lo que sea necesario para quedar por encima de nuestro interlocutor. Hay momentos en los que incluso no medimos ni las palabras ni las formas, lo que importa es quedar por encima del otro, aunque luego nos sintamos mal y con remordimientos, achacándonos incluso, el poco tacto que hemos tenido o las malas palabras y gestos que hayamos podido decir y realizar. Es difícil controlarse en situaciones así y mantener la calma, pero no es imposible.
Nota de los obispos ante la eutanasia y el suicidio asistido
Nota de la Subcomisión Episcopal para la familia y la defensa de la vida, ante las iniciativas legislativas sobre la eutanasia y el suicidio asistido.
1. El mandamiento “no matarás” se encuentra en el fundamento de toda ética verdaderamente humana y, de modo particular, en la tradición cristiana. “Explícitamente, el precepto «no matarás» tiene un fuerte contenido negativo: indica el límite que nunca puede ser transgredido. Implícitamente, sin embargo, conduce a una actitud positiva de respeto absoluto por la vida, ayudando a promoverla y a progresar por el camino del amor que se da, acoge y sirve.” (San Juan Pablo II, EV, 54).
2. La eutanasia y el suicidio asistido son presentados hoy por algunos como respuestas viables y aceptables al problema del dolor y del sufrimiento. Como afirma Benedicto XVI, “es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo vemos– es una fuente continua de sufrimiento” (Spe Salvi, 3).
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