Bien sabemos que el camino cuaresmal es un camino por el desierto motivado por una situación de infidelidad a Dios, que necesita, a su vez, una verdadera purificación del corazón. El éxodo del pueblo de Israel es ese paso de la esclavitud a la libertad, como la Cuaresma ha de serlo para nosotros. No deberíamos necesitar cuarenta años de peregrinación por el desierto para convertirnos y volver nuestra mirada al Señor. Sabemos que la vida pasa rápido, y que el tiempo corre que vuela, como nos pasa con cada momento que vivimos. Que este tiempo de Cuaresma esté siendo para ti un tiempo de gracia, bien aprovechado para sentir el amor de Dios en tu vida que quiere liberarte y llenarte de plenitud. Dios siempre está cerca de ti, como estuvo durante cuarenta años acompañando, protegiendo y ayudando al pueblo de Israel. La cercanía de Dios es incuestionable, y así deberíamos de sentirlo en cada momento, porque necesitamos centrarnos para ir a lo fundamental en nuestra vida.
Salir de la vida pasada, de la esclavitud de Egipto, es apartarnos de todo aquello que nos distrae, que llena nuestra interioridad de plagas que deben ser exterminadas, fruto de nuestro pecado y de las tentaciones a las que nos vemos sometidos, que quieren minar nuestra espiritualidad y esclavizarnos para que vivamos sometidos, siendo prisioneros del mal. El pueblo de Israel tuvo dura cerviz (cf Ex 32, 9), como nos pasa muchas veces a nosotros, especialmente cuando no vemos las cosas con claridad y no nos abandonamos en las manos de Dios, queriendo tener toda nuestra vida bien controlada, para así sentirnos más seguros.
La manera que tenemos de permanecer en la presencia de Dios es a través de la Gracia que nos concede. Para eso hemos de tener nuestro corazón bien limpio y purificado, porque Dios no puede habitar en un corazón “sucio”, lleno de pecado. Sabe de nuestras debilidades, pero quiere ayudarnos a transformarlas en fortalezas, este es el reto que nos plantea, donde cada uno debemos estar bien dispuestos a recorrerlo. Jesús nos marca el camino del perdón, de reconciliación con los demás antes de presentar nuestra ofrenda en el altar (cf Mt 5, 23-24); de no juzgar a nadie (cf Lc 6, 37-42); de ser los últimos y servidores de todos (cf Mc 9, 35), dando siempre la vida por los demás y entregándonos por completo, especialmente cuando nos ponemos en sus manos, oramos y vivimos en su presencia.
Acude a encontrarte con el Señor y esmérate por cuidar tu relación con Él. Bien sabes de la necesidad que tu alma tiene y de cuánto te alegras cuando haces lo correcto y pones a Dios en el lugar que corresponde en tu vida, en tu corazón. Es primordial la unidad con Dios, porque tu corazón estará unido a Él y vivirás en comunión, manteniéndote firme en todos tus propósitos y deseos.
Dios nos habla en el silencio del corazón y de la mente,que a veces tanto nos cuesta encontrar. El silencio nos abre un hueco en nuestro interior para que Dios entre y habite en cada uno. Dios quiere arraigarse dentro para que así nuestra vida se vea llena en todo momento de su presencia. Para esto tenemos nuestro corazón, nuestra interioridad, para dar paso al Señor y que así podamos sentirle más cercano y presente. Dialogar con Dios es caminar con Él y fortalecer la confianza, porque al sentirnos pensados y protegidos en Su presencia, tomamos conciencia que el Señor va por delante, en nuestro caminar, y se va anticipando a todas las necesidades que podamos tener. Que la llama de tu fe arda con fuerza, bien provista del aceite necesario para que nunca se apague, y unida a la de los demás, todo tu entorno y tú brilléis con fuerza para nuestra sociedad, sumergida en medio de la oscuridad y necesitada de la luz que sólo el encuentro con el Señor trae. No brilles tú solo, busca en tu comunidad el compartir esa luz para que brille con más fuerza. Toma conciencia de la necesidad de encontrarte con Dios y descubrir su rostro delante de ti, porque Dios siempre está cercano a ti, a tu lado, caminando.