A menudo nos hemos podido encontrar con situaciones en las que hemos pensado que no éramos capaces de llevarlas a cabo, porque creíamos que no estábamos suficientemente preparados o que no seríamos capaces. En otras, en cambio, hemos llegado a considerar que era demasiada la confianza que depositaban en nosotros y nos hemos llegado incluso a ruborizar y sentirnos demasiado agasajados por el privilegio que nos concedían. Y es que, en ambas posturas, se nos ha planteado un reto, que nos ha llegado a poner en una encrucijada, que nos ha llevado a tener que dar lo mejor que tenemos en nuestro interior, para mostrar nuestras mejores cualidades y responder claramente a la confianza que han depositado en nosotros. Aunque nos ha producido ciertos momentos de tensión interior, por la inseguridad de saber si lo haríamos bien y si nuestra tarea sería bien aceptada y gustaba a los demás. Y qué bien nos hemos sentido cuando hemos comprobado que hemos sido capaces, que valíamos para lo que pensábamos que no, y que no era para tanto, pues luego ha sido más fácil de lo que esperábamos.
Esto aumenta con creces nuestra confianza, amor propio y seguridad en nosotros mismos, y nos lleva incluso a poder a llegar a aspirar a más. Pues cada uno estamos llamados a madurar personalmente ante cada reto que se nos plantea y que superamos. No te achiques ante los desafíos que se te proponen; aumenta la confianza en ti y tus propias seguridades, pues sabes que tienes a Dios de tu parte. Cuando Dios está a tu lado y caminas en la misma dirección que Él, todo es mucho más llevadero. Y es que mirar a nuestra propia historia personal y poder comprobar todo lo que hemos aprendido y madurado en nuestra vida, es más que reconfortante, porque nos permite disfrutar y saborear cada uno de los momentos auténticos que hemos vivido.
Que cada encuentro con Cristo sea tu momento auténtico. Sal en su búsqueda para llenar tu vida de encuentros maravillosos que te transforman interiormente y te renuevan desde la cabeza a los pies. Somos llamados a caminar con fe delante del Señor, sin detenernos y con la determinación de cambiar motivados por el Señor. No te detengas ni bajes los brazos. Es el momento de fiarte de Dios sabiendo de tus posibilidades y de que la mejor empresa que puedes emprender es la de confiar en el Señor y en el evangelio. Si no que se lo digan al centurión romano que fue capaz, desde su condición de supremacía sobre el pueblo judío, de ir en busca de Jesús para que curase a su criado: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho… Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano» (Mt 8, 6.8).
Ya de por sí es curioso que en una sociedad tan clasista como la romana, un centurión fuese a buscar a Jesús, que es judío, para que le curase a un criado. Y es aquí precisamente la Palabra quiere darnos luz, para que también nos pongamos en camino, como el centurión, para ir al encuentro con Jesús. Hemos de ser nosotros los que tomemos la iniciativa, para establecer un diálogo profundo y sincero con Jesús. Por eso el centurión no quiere nada para él, sino para su sirviente; reconociendo la importancia y la grandeza de Jesús al decirle que no es digno de recibirlo en su casa, consciente de que puede curarle solo con decirlo.
Reconoce la grandeza de Dios en tu vida; llévate siempre a Dios allá donde estés, no te desanimes ante las dificultades, confía en Dios que bien sabe de tu potencial y dile todo lo que crees, para que así tu vida de oración tenga sentido. Que nada te coarte para buscar a Jesús y encontrarte con Él disfrutando del regalo más hermoso que nos puede hacer: Recibirle.