Cuidar la vida interior es primordial para tener fe, para mejorar cada día nuestra relación con el Señor. Las buenas intenciones y deseos que podemos tener de querer estar con Dios no son suficientes para alimentarnos espiritualmente y para crecer interiormente. El alimento hay que buscarlo, procesarlo y tomarlo para que nos llene de vida, fortaleza y esperanza para afrontar todas las situaciones que se nos presenten en nuestro camino. En la vida muchas cosas llegan por si solas, sin esperarlas, tanto buenas como malas. Ante esto, tenemos que estar preparados y dejarnos ayudar por Dios que siempre está con la mano tendida dispuesto a ayudarnos. Para ver a Dios en los momentos de dificultad hemos de desprendernos de todo aquello que nos ata. Los discípulos para seguir a Jesús lo primero que tuvieron que hacer fue dejar las redes, luego le acompañaron, le escucharon y contemplaron todo lo que hacía, aprendiendo todo de Él y dejándose enseñar, porque el Maestro les corregía y aleccionaba cuando no lo hacían bien.
Jesús fue dando respuesta a lo que se le presentaba a lo largo del camino. No tenía una lista de espera de enfermos que querían curarse; iban sin cita previa a que les sanase de todas sus dolencias, y atendía con delicadeza, dulzura, generosidad y misericordia sus necesidades. Incluso Él y los discípulos se veían desbordados y sin tiempo para ellos mismos, de tantos que acudían a Él (cf. Mc 6, 30-34). El caminar no estaba exento de dificultades, de personas y lugares que lo rechazaban también, porque el Evangelio les incomodaba, chocaba frontalmente con su forma de vida y era motivo de denuncia y de escándalo. Las contrariedades del camino y la reacción de los hombres no hizo que Jesús se parase y abandonase. Al contrario, siguió avanzando y haciendo realidad la Palabra de Dios: «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos» (Mt 22, 14), ya que decir que “Sí” al Señor a veces resulta demasiado complicado, porque no estamos en total disposición para dejar nuestras redes. Es necesario afrontar con paz y serenidad cada reto que se nos presenta, para actuar con determinación; y necesitamos el impulso del Espíritu Santo, para que la opción de vida que realizamos por el Señor sea verdadera y totalmente veraz, porque la inconstancia nos aborda muchas veces y no actuamos con la coherencia que deberíamos.
Para ser un verdadero discípulo de Jesús hay que procurarse diariamente un tiempo de oración, mimando nuestra vida espiritual y no dejándose llevar por las seducciones del mundo. «Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración» (Lc 5, 15-16). Mucha gente buscaba a Jesús por sus signos y sus palabras; a Jesús no se le subió la fama a la cabeza ni se dejó llevar por ella, todo lo contrario, buscaba cada día los momentos de soledad para poder entregarse a la oración. Uno de los frutos de la oración es que no nos aparta de nuestra misión y nos ayuda a mantenernos firmes en nuestro camino. Rezar o no en nuestra vida no puede ser cuestión de tiempo, sino de prioridad. ¿Qué prioridad e importancia das a la oración en tu vida? Bien sabes que querer es poder, y procurarte un momento del día para cuidar tu vida espiritual es vital para vivir tu fe degustando todo lo que vives y realizas.
Jesús tenía clarísimo que debía estar en contacto con el Padre cada día, y buscaba su rato de oración. Los días de Jesús eran como los nuestros: 24 horas. Por lo tanto, encontrarse con el Padre es cuestión de opción personal, sabiendo que si es fundamental para ti, has de tener claro que primero es tu tiempo con Dios y después organizas el resto de actividades de tu día a día. Hasta que no empieces a actuar así tu vida espiritual no pasará a primer plano y vivirás solo de buenas voluntades y deseos que no te ayudarán a fortalecer tu fe, sino a mirar desde la distancia la oración y privarte de momentos llenos de gozo en la presencia del Señor. ¿Cómo mimar mi vida espiritual? Plantéatelo, decídete y actúa.