Ejercer la paciencia es un don. A veces la perdemos con demasiada facilidad. Un proverbio turco dice que “la paciencia es la llave del paraíso” y no le falta razón porque nos permite vivir cada situación de nuestra vida de una manera más serena, calmada, sin perder el control de lo que hacemos y dominando especialmente nuestros impulsos, especialmente aquellos que hacemos con rabia y que sacan lo peor de nosotros mismos. La paciencia nos permite que la espera sea más tranquila, que no nos dejemos llevar por las prisas y por querer que todo salga como nosotros queremos y deseamos. Son muchos los ejemplos del día a día donde la paciencia la perdemos con facilidad: en el coche, cuando llamamos por teléfono a algún familiar y no nos lo cogen, cuando tenemos que hacer una cola demasiado larga en la compra… Nos hemos acostumbrado a lo inmediato, fruto de la cultura de consumo en la sociedad de bienestar en la que vivimos.
Somos también conscientes que la vida nos puede cambiar en cualquier momento. Tenemos personas cercanas que son dependientes, y cuando han pasado a este nuevo estado una de las cosas que se les dice continuamente es que tienen que tener paciencia. Para ellos desarrollar cualquier actividad cotidiana con normalidad es todo un triunfo. Y también el sentimiento de culpa, de impotencia, aflora con demasiada fuerza en ellos cuando la pierden.
Aunque sabemos que la paciencia es un don también la tenemos que reforzar y educar cada día. Para ello es importante ser conscientes de todas aquellas situaciones que nos provocan tensiones y que somatizamos en nuestro cuerpo. Esto tiene una causa o bien en nuestro interior, por algo que nos agobia o algún fracaso que hemos tenido y no acabamos de aceptar; o porque nuestro entorno no cumple las expectativas que nosotros esperábamos. Humanamente sabemos que hay muchas situaciones que nos sobrepasan, y que por mucho que lo intentemos si no somos capaces de encontrar la calma en nuestra interioridad, la paciencia será más difícil de alcanzar.
Por eso uno de los dones que el Espíritu Santo nos regala es el de la paciencia. Y la paciencia no la podemos entender como tener aguante, saber soportar lo que nos ocurre. La paciencia ha de ser un saber permanecer en Dios y perseverar en medio de las dificultades para poder llegar a la meta, que es el encuentro con Dios, que él mismo nos ha prometido a todos. Por eso debemos cuidarla cada día y acrecentarla a través de todos los medios que el Señor ha puesto a nuestro alcance. La oración ha de ser el cauce que utilicemos para pedirle esta gracia.
Sabemos que ante las “sorpresas” que la vida nos trae siempre nos preguntamos “¿porqué a mí”, “¿qué hecho yo para merecer esto?”… y tantas preguntas que se nos pueden pasar por la mente. Ante estas “sorpresas”, si queremos acrecentar la paciencia en nuestras vidas, por muy duro que nos parezca, e incluso incomprensible, es darle gracias a Dios.«Mediante la fe estáis protegidos con la fuerza de Dios; por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo» (1 Pe 1, 5-7). El apóstol san Pedro nos invita precisamente a que enriquezcamos nuestra fe confiando en el Señor y al sentirnos cerca de Él en la prueba podemos abandonarnos en sus manos y dejar que nos llene de su paz y del gozo espiritual de participar de la cruz de Cristo. Nuestra fe es probada en las dificultades y es ahí donde tenemos que ser testigos de lo que Dios hace en nuestra vida. «Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio» (Rom 8, 28). Estas palabras del apóstol san Pablo son una clara invitación a confiar más en Dios y sobre todo a agarrarnos más fuertemente a la Cruz, a pesar de las dificultades.
Que en Dios encuentres la fortaleza para no perder la paciencia en tu día a día, con lo que acontece en tu vida; pero especialmente que ante las “sorpresas” que la vida trae seas capaz de permanecer en Dios y así poder afrontar las dificultades y sufrimientos con verdadera paciencia cristiana, la que Dios nos da gracias al Espíritu Santo.