Son muchas las ocasiones en las que por tu carácter has reaccionado de manera incorrecta y al momento te has arrepentido de ello. Es una de las fragilidades del ser humano, en las que por mucho que quieres controlarte y no saltar, terminas haciéndolo y sintiéndote mal por ello. Llegar a dominarse es un acto heroico, y son muchos los pasos que vas dando en esa dirección, aunque llegar a erradicarlo, a veces, resulta una tarea más que difícil. No te agobies por esto, en tu camino de conversión y santidad has de pasar por estos momentos, que te ayudan a crecer y perseverar; a mantenerte alerta y atento para no volver a cometer los mismos errores a la hora de reaccionar. Cualquier paso de superación es un verdadero triunfo, y es en esto en lo que te tienes que centrar, porque así creces, avanzas y maduras. Y vas asentando las verdaderas bases para erradicar cualquier debilidad de tu vida. Con tus debilidades no te puedes perpetuar en el tiempo, es necesario, incluso para tu ánimo, ver cómo vas superándote y avanzando en tu vida personal, erradicando poco a poco tus debilidades y limitaciones, y creciendo como persona y como creyente.
Ejercita tu paciencia y templanza para que en tu vida tengas moderación y cuidado con las tentaciones del mundo y los placeres que quiere ofrecerte, para que te alejes de Dios y debilites tu fe. Por eso es importante que seas cauto en tu forma de hablar y expresarte, rechazando cualquier juicio y crítica que te haga creerte mejor que los demás, y así, vanagloriarte injustamente, creyendo que eres mejor que los que tienes a tu lado. Así evitarás cualquier tentación donde te comparas con los demás y sales victorioso. Que la humildad, la sencillez y el silencio abanderen tu vida en todo momento. Son necesarias estas tres cualidades para aplacar esa sensación de superioridad, creyéndote mejor que los demás y menospreciarles en tu corazón, pensando que ellos no hacen las cosas tan bien como tu. Rechaza todo tipo de estrés en tu vida, cualquier situación que te quite la paz y te haga vivir sin saborear tu propia vida. Ten en cuenta, que sin querer, muchas veces haces las cosas porque hay que hacerlas, y a veces te quedas pensando si has realizado lo que pensabas y debías y si has dicho a la persona implicada lo que necesitabas decirle. Es uno de los síntomas de que vives estresado y no eres consciente de lo que estás viviendo, porque tu vida está automatizada y vas haciendo las cosas para salir del paso.
El Señor te quiere centrado y en paz. Es necesario que se den estas premisas en tu vida para poder acoger en tu corazón todo lo que el Señor te dice. Dios no para nunca de hablarte; por desgracia muchas de sus palabras no las escuchas y dejas que se vayan, porque no estás en lo que debes. La paciencia es vital para estas situaciones, y la pierdes con mucha facilidad. No dejes que la razón y los placeres de la vida superen tu relación con el Señor. Ten claro que son incompatibles en tu vida, que la vida ascética y los placeres del mundo no pueden caminar juntos de la mano. Tu vida interior se ve fortalecida por la oración, los sacrificios y la renuncia; y tu vida terrenal por los placeres inmediatos, la comodidad y el egoísmo. Sé que tienes claro lo que en tu vida te beneficia y te ayuda, por eso son importantes dos actitudes en tu vida: tu fe y la paz interior que tengas.
«Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo» (Lc 4, 1-2). Si lees con atención el pasaje de las tentaciones del Señor, te darás cuenta que durante los cuarenta días de desierto no perdió el Espíritu Santo, sino que le hizo más fuerte para combatir cada una de las tentaciones del demonio, que se hacía más que seductor y apetecible, con todo lo que ofrecía. Pero todo lo que viene de Dios es mucho más importante, y por eso, cuando desde tu vida espiritual tienes claro que el número uno en tu vida es el Señor, no vas a dejar que nada te aparte de Él, por mucho que ganes y disfrutes de la manera más inmediata y productiva. Dios siempre actúa y aunque parezca que el tiempo que se toma para responderte es demasiado, no te equivoques. El Señor sabe lo que se hace y no tarda en contestar ni responder. Quiere que tu alma esté pronta para llenarlo todo de sentido y de vida.