¡Qué bien nos sentimos cuando compartimos lo que tenemos! No solo es un acto de generosidad, sino es donar por amor lo que eres, toda tu persona. En ella incluimos lo material, lo que es nuestro y que de manera gratuita ponemos a disposición de quien tenemos al lado. Cuando actuamos de corazón entregamos todo lo que somos y tenemos; somos felices cuando ayudamos y servimos al otro porque esa es nuestra esencia como seres humanos y cristianos: darnos a los demás.
Necesitamos abrir el corazón sin reservas. Siempre hay algo que nos reservamos para nosotros mismos y que no entregamos a los demás. La dimensión de la autenticidad de nuestra entrega depende del corazón que pongamos en lo que vivimos cada momento. Entregarse sin reservas es abrir el corazón a nuestros anhelos más profundos, mostrándonos tal como somos. Así seguiremos los mismos pasos de Jesucristo, que habló abiertamente en todos los lugares en los que estuvo y no se dejó nada por decir, a pesar de que muchas veces pueda convertirse nuestra autenticidad en una denuncia para la forma de vida de quienes nos rodean: «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho» (Jn 18, 20-21). Fueron las palabas que dijo Jesús delante del sumo sacerdote cuando le arrestaron.
Nuestro testimonio cristiano ha de ser total, no podemos ser tibios a la hora de dar razón de lo que creemos. Lo que ofrecemos y entregamos a los demás en nuestras relaciones personales han de dar un salto cualitativo en verdad y autenticidad. No podemos fingir ni mostrar solo una cara o la faceta de nuestra vida que nos interesa. Si queremos transformar nuestra sociedad, que es la llamada que la Iglesia nos hace, desde la vivencia del Evangelio, hemos de imitar a Cristo con todas sin miedo a las consecuencias, sin dejar nada escondido. Muchas veces nuestras relaciones son fingidas porque lo que nos mueve será quedar bien, que hablen bien de nosotros, el falso respeto humano que hace que no seamos totalmente sinceros. Por eso, piensa qué es lo que hace que no te muestres ni hables abiertamente al mundo, siguiendo los pasos del Maestro. Si eres capaz de dar este salto cualitativo estarás abriendo tu corazón sin reservas, movido especialmente por el Señor Jesús, sin ningún interés nada mas que el de ser fiel al Evangelio desde la vivencia personal de tu fe.
Llenar tu vida de buenos actos es mostrar el rostro del Dios Bueno que quiere llegar al corazón de todos los hombres. Siempre hemos escuchado que somos los pies, brazos, ojos, boca… de Dios. Que cada día sea para ti una oportunidad para llenarte de su amor y que tu corazón sea joven y fresco sin importar tu edad. Quien se deja tocar por el Señor siempre está lleno de vida, por sus buenas obras y palabras, y muestra su disponibilidad. Así es como comenzarás a abrir puertas, dejar miedos atrás, confiar, lanzarte al vacío sabiendo que no te va a ocurrir nada. Necesitarás de tu libertad, nadie la puede sustituir, es intransferible, porque el corazón del hombre solo se abre de par en par cuando uno está dispuesto a abrirlo y fiarse plenamente. Dios es la Luz y quiere entregártela para que ilumines con tu amor, con tu servicio al Evangelio, todo lo que te rodea; y no solo eso, sino que la vayas pasando a otras personas que la tienen apagada y puedan iluminar a su vez.
Así es como comenzó todo, irradiando a los demás por el testimonio. Que tu corazón esté en la sintonía de Dios y puedas serle fiel cada día compartiendo todo lo que tienes.