Solemos escuchar muchas veces a personas decir que no hay que complicarse la vida por lo demás, porque muchas veces se aprovechan de uno y luego ni siquiera muestran el más mínimo agradecimiento cuando uno hace algo por ello. Bien es cierto que siempre necesitamos de personas que tomen la iniciativa ante determinadas acciones que queremos emprender, pues son los primeros que se comprometen y comienzan a tirar del carro iniciando la nueva aventura y dando su tiempo y su esfuerzo para que salga bien el proyecto. Algunas veces solemos pecar de exceso de prudencia y nos volvemos demasiado precavidos para no arriesgar, esperando que el tiempo y el inicio de la nueva experiencia nos digan si va salir bien o no.
Los cristianos no tenemos que vender nada ni convencer a nadie para que nos sigan. Simplemente lo que tenemos que hacer es estar alegres y dejar que el Señor llene nuestras vidas. No tenemos que “vender ninguna moto” para demostrar a los demás que nos sigan o que vengan detrás de nosotros. Demos un testimonio gozoso y hagamos de nuestra vida la oportunidad de mostrar al mundo la felicidad que Dios nos da y que en algunos momentos nos cuesta tanto trabajo transmitir. Que tu propósito sea vivir y amar en el día a día, en los gestos sencillos, donde podamos contagiar la alegría del Evangelio que nos ha entregado el Señor Jesús yque cada día tenemos que renovar en nuestra vida. Así cuestionaremos a los demás y verán que ante lo que nos ocurre, Dios es nuestro pilar, nuestra fortaleza y comenzarán a plantearse qué es lo que nos da esa paz y gozo incluso en medio de las dificultades.
Que la vergüenza o el respeto humano no sean una traba para ti. Créete que Dios puede hacer cosas grandes contigo y fíate de Él. No eches balones fuera sino sé el primero en comprometerte y entregar tu vida. No te pongas a pensar cómo lo vas a hacer o si estás o no preparado, que la experiencia del encuentro con Cristo no necesita de grandes teologías. Simplemente muéstrate bien dispuesto para compartir porque según dice Jesús: “No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habéis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros” (Mt 10, 19-20). Que el Espíritu Santo te lleve a dar tu vida por el Reino. Dios te quiere, cada día te lo demuestra a través de multitud de situaciones y pequeños detalles que te acontecen y que quieren envolverte para que tu espíritu se sienta tocado, abrazado. No espera de ti grandes palabras, quizás un silencio íntimo que te lleve a fusionar tu alma con la suya. En ese silencio es donde Dios te habla, cuando eres capaz de parar y centrarte en escuchar. Y al escuchar te dice que te quiere, que eres especial e irrepetible. Deja que Dios se encargue de todo en tu vida, no te opongas a su control. Demasiadas cosas queremos controlar en nuestra vida para sentirnos bien seguros. No le pongas barreras al Señor, porque Él tiene más que claro la meta a la que quieres que llegues: a su corazón.
Esta meta lleva a comprometer la vida, a entregarte siempre a los demás y a dar la vida por el Reino de Dios. Y el Reino de Dios está muy cerca de ti, porque lo puedes hacer encontrar en tu familia, tu trabajo, tus amistades… allá donde te encuentres. Lo que Jesús te pide es que hagas realidad el Evangelio, que lo pongas en práctica, que lo sientas en tu corazón para que tu estilo de vida sea el servicio a los demás, la sencillez de corazón y el amor entregado. Entra de lleno en el corazón de Dios, no tengas miedo al compromiso, porque Jesucristo te va a quitar ese miedo y te va a dar el coraje y la valentía para que des la vida por los demás, haciendo el bien en su nombre y haciendo realidad su Palabra que es la Vida para todos los cristianos. Céntrate en la Eucaristía y en la Oración para reforzar cada día la intimidad con Dios, para que tu corazón se sienta cada vez más firme y seguro en el Señor, y para que pises tierra firme en tu vida espiritual, pues cuando comenzamos a dejarnos llevar por el Espíritu Santo nuestros pasos son cada vez más firmes y seguros, pues estamos en las mejores manos, las de Dios, y caminamos en la dirección más correcta, que es la que nos señala el amor y la misericordia. Por esto, todo tiene que ser bueno, porque Dios es grande y bueno.