Frecuentemente experimentamos lo difícil que resulta hacer camino con los demás, aceptarlos tal como son; cuántas veces nos quejamos de ellos, de sus defectos, de sus fallos, de sus incoherencias, de sus propias pobrezas, y decimos que nos cuesta trabajo avanzar con ellos, vivir unidos en el corazón, aceptarlos tal y como son. ¡Cuántas veces los hermanos se convierten en una cruz en nuestra vida! Que en estos momentos te ayude tu fe, y, sobre todo, encuentres la luz para saber hacer lo correcto y mirar con amor a los hermanos, no lanzándote a esos juicios desmedidos que destruyen y que provocan a tu alma quitándole la paz y la serenidad.
Hay veces que no entendemos porqué Dios nos manda las cosas y qué es lo que quiere de nosotros en nuestra vida. Le preguntamos y no obtenemos respuestas y ante esta situación entramos en una dinámica de agitación y nerviosismo que también nos impide estar en paz. Aunque la teoría la sabemos perfectamente, sentimos que ponerla en práctica nos cuesta bastante porque nos vemos superados por tantas situaciones dolorosas que nos confunden y hacen que nuestra vida se tambalee.
Deja que Dios toque tu corazón y llegue hasta él, sin ponerle ninguna cortapisa. Únete a Él y ámalo con todas tus fuerzas, aunque pienses que estas te flaquean, que las has perdido por el camino, que ya no hay nada que hacer. Acércate a la Eucaristía para que sientas cuánto te ama Dios, lo que ha hecho por ti y así puedas llegar a descubrir el verdadero sentido de su Sacrificio. Jesús ha dado la vida por todos nosotros, nos ha elegido a cada uno para que allá donde estemos seamos testigos, portadores de su evangelio, de su palabra.
Jesús se ha quedado en la Eucaristía, dándonos un anticipo del cielo, para que sintamos el Amor verdadero de Dios, para que al recibirlo en la Sagrada Comunión experimentemos esa unión íntima con Él, degustando esa contemplación del Rostro de Dios, precioso y maravilloso y del que nos sentimos totalmente indignos, pues no merecemos recibirlo por nuestra debilidad.
Pero, Dios quiere fortalecer y enriquecer nuestra vida y nuestras debilidades. Quiere que seamos fuertes ante la adversidad convirtiéndonos y renovándonos. Para que esto sea una realidad en nuestra vida hemos de estar preparados. No podemos recibir a Cristo de cualquier manera. Nuestra alma ha de estar en Gracia de Dios, para que así, al recibir a Jesús podamos acercarnos más a Él, amarle más, adorarle más, saborearle más, disfrutarle más. Porque si no estamos en Gracia de Dios, Cristo no nos convierte de la misma manera, la eficacia de la Comunión se pierde, pues nos impide empaparnos bien de Él, en su totalidad, en su gran Amor. Esto no depende de la buena voluntad y de los buenos deseos, de aquello que creemos o queremos. La Gracia nos trasciende y nos permite elevarnos más a Dios, entregarnos más a Él, amarle más. No está en nosotros, está en Dios y por eso hemos de estar preparados.
Es importante vivir en comunión de amor con todos los que te rodean. Dice el apóstol san Pablo: «En nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1 Cor 1, 10). Ten un mismo pensar y sentir con tus hermanos, siéntete unidos a ellos y vive en comunión, para que así al acercarte a recibir la Sagrada Comunión lo hagas hablándole a Jesús desde el amor a los hermanos, la entrega, el amor y la misericordia. Si esto no se da en tu vida, es el momento de pararte. Haz examen de conciencia y confiésate para renovar la Gracia de Dios y tener el mismo sentir y pensar que toda la comunidad.
Que te sea muy especial recibir a Jesús en la Eucaristía; cuida mucho tu interior para que siempre lo hagas en Gracia, estando atento a no dejar ningún resquicio para que, entre el enemigo, pues a la mínima que puede, trata de perturbarte en ese momento de intimidad con Dios para que reniegues de Él y te alejes lo más posible. Deja que Dios siga tocando tu corazón para que sirvas desde tu vocación a todos los hombres.