Siempre me ha llamado la atención cuando me han dicho que se utilizan menos músculos de la cara cuando se sonríe que cuando se está enfadado. Hay muchos tipos de sonrisa: alegría, miedo, vergüenza, enfado, dolor, desprecio, incredulidad, júbilo, entusiasmo… La sonrisa la utilizamos cuando estamos pasando un buen momento y también cuando no es tan bueno. Y es que el ser humano es capaz de sonreír y sin embargo de confundir y disimular el estado de ánimo que se puede tener en el momento.
Muchos son los estados de ánimo por los que pasamos cada día. Los sentimientos que fluyen en nuestro interior, pero todos sabemos que la razón tiene que dominar el impulso, pues hay muchas veces en las que nos pueden jugar una mala pasada, y contadas son las ocasiones en las que nos hemos arrepentido cuando hemos hecho o dicho algo impulsivamente. «Nadie os quitará la alegría» (Jn 16, 22). Que la amalgama de sentimientos intensos no te haga perder la alegría ni la serenidad interior, aunque vivas los momentos con mucha pasión e intensidad. Hay multitud de ocasiones donde las cosas no salen como nosotros queremos ni deseamos y nos provocan frustración, impotencia, malestar. ¿Motivo para perder la alegría y la paz?
«Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador» (Hab 3, 17-18).
La vida va pasando y aunque hay dificultades no podemos estar mucho tiempo viviendo en el lamento y en la tristeza, porque se nos apaga el alma y la ilusión de vivir. Hemos de levantarnos rápido y reemprender la marcha, y la alegría nos ayuda a saborear el presente, disfrutando con lo que estamos haciendo, aunque no nos guste. Hemos de saber buscar el lado positivo de lo que vivimos pues de todo se aprende… ¡y cuántas veces aprendemos con lo que no hay que hacer! Desde la fe sabemos que Dios nunca falla y siempre está ahí. Y Él vela siempre por nuestra felicidad, porque nos sintamos realizados con aquello que vivimos y hacemos. Esta es la travesía de la nuestra vida, donde tenemos momentos de calma, turbulencias, velocidad punta y parada para contemplar. La mirada que tenemos que echar al viaje de nuestra vida no es sólo puntual, por un momento o racha, sino una mirada general donde podamos poner en la balanza lo positivo y bueno que hemos vivido y lo negativo y malo. Y al final ver hacia dónde se inclina, para poder decir como la Virgen María: «Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador» (Lc 1, 47), a pesar de no entender, pero sí aceptar lo que Dios nos propone.
Te animo a profundizar en tu amistad con Dios, para que en los malos momentos no te derrumbes, sino que los sepas afrontar desde la fortaleza y la confianza en Dios, no por mérito tuyo, sino de Él, pues el Señor se encarga de sostenernos y mantenernos. La alegría y la felicidad no son un estado de ánimo, te lo da Dios cuando está en tu corazón y has sido capaz de «cimentar tu casa sobre roca» (Mt 6, 48).