Qué fácil nos resulta mirar los toros de la barrera y juzgar lo que los demás hacen sin comprometernos. Hay veces que contemplamos situaciones que nos hacen ver lo más bajo a lo que es capaz de llegar el ser humano y la injusticia de juzgar sin estar presentes en los lugares donde uno puede estar dando la vida. En muchos lugares somos personas de paso, y estoy convencido, que quienes se encuentran viviendo en esos lugares mucho más tiempo que nosotros y están entregando su vida de una manera altruista, dejando las comodidades que tienen, cuando hablan y piden algo para los nativos del lugar, seguro que son más conocedores y conscientes de la realidad que aquellos que van de paso y que tienen más que asegurada su vida y su bienestar cuando vuelven a sus lugares de origen.
Dios nos enseña cada día a dar la vida por demás y a mostrar nuestra total disponibilidad y servicio al amor que hemos de tener a los otros. Ha de ser un estilo de vida, que vamos materializando en el día a día y en los pequeños detalles que van llenando nuestro caminar cotidiano. Cuanto más detallistas seamos, mayor sensibilidad tendremos, porque son hábitos que vamos adquiriendo, al mismo tiempo que nos volvemos también más observadores. Se aprende mucho al mirar cómo actúan los demás y sobre todo llegar a comprender cuáles son los verdaderos motivos por lo que uno procede ante las situaciones que se les presentan. Siempre hay un porqué y una intención. Quizás no puedes compartir ni estar de acuerdo, pero siempre hay que respetar, incluso hasta cuando no nos gusta lo que tenemos que escuchar.
No somos salvadores del mundo ni de personas. Sólo conozco un salvador que se llama Jesucristo y que desde la cruz nos enseña a dar la vida por amor y encima perdonando a los que le crucificaban. Algo muchas veces demasiado difícil de poner en práctica, y que constatamos con las reacciones desmedidas que llegamos a tener cuando escuchamos algo que no nos gusta o cuando nos ofenden. Jesús nos enseña a no tener esas reacciones desmedidas y sobre todo a no faltar el respeto ni descalificar a los demás. Cuando tenemos estas reacciones desmedidas estamos mostrando un claro síntoma de que algo esta fallando en nuestra vida interior y sobre todo en nuestra espiritualidad.
Si algo nos aporta la espiritualidad es equilibrio, paz, calma y serenidad, incluso en las situaciones más tensas. Por eso, cuando uno puede sufrir una decepción, porque lo que esperaba no se da ni se cumple, ha de saber mantenerse íntegro y dominar todo mal resentimiento que pueda surgir, porque cuando entregas tu tiempo y tu vida a los demás, lo has de hacer sin esperar ningún tipo de recompensa. Si te decepcionas entonces, es porque en ti hay, al menos, un interés: que te den una palmada en la espalda y quienes reciban tu ayuda cumplan tus expectativas. Esto no es así. Jesucristo nos enseña a dar la vida por amor. Incluso en la injusticia nos invita a que la actitud de nuestro corazón sea misericordia por encima de todo.
Que el Señor te ayude a poner en práctica todo lo que hay dentro de ti; que seas capaz de vivir con un corazón entregado sabiendo que no lo sabes todo y que no eres juez de nadie. Que lo que hagas sea siempre por amor y sin esperar nada a cambio, porque Dios está en ti y también está en el otro. Y Dios no lucha contra Dios, como tú no debes luchar contra el hermano. Simplemente ama y déjate amar por Dios, para que el motor de tu vida sea siempre Jesucristo.