¡Cuánto agradecemos una sonrisa y unas buenas palabras en el trato con los demás! A todos nos gusta que nos traten bien siempre; que se dirijan a nosotros con respeto y cordialidad y que en las distancias cortas sean amables. Una persona sencilla y humilde es una persona delicada, tiene una sensibilidad especial porque en lo que hace, transmite ternura, respeto, amor… y te hace sentir importante. Es algo que todos deseamos ver cada día, que para los demás somos especiales, importantes. Lo más hermoso es cuando la delicadeza y la ternura salen solos, síntoma evidente de que uno hace lo que siente y no tiene que realizar ningún esfuerzo para demostrar nada a nadie.
Son muchos los ámbitos de nuestra vida en los que podemos ser delicados: en nuestras conversaciones, en el trato con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo. No es casualidad que la fluidez en el diálogo sincero nos permita saber cómo se encuentran los demás y qué sienten en su interior. Si poseemos esa sensibilidad que nos hace entrever el sufrimiento de quien está a nuestro lado, sabremos encontrar las palabras oportunas para reconfortarle y hacerle sentir un poco mejor.
La delicadeza hace a las personas más auténticas porque con su cuerpo, sus expresiones, su forma de actuar permite llegar de la forma más directa al corazón del otro, sin rodeos. Piensa por un momento cuántas veces damos rodeos para decir las cosas o conseguir lo que queremos. Quien actúa con delicadeza lo hace desde el corazón para llegar lo antes posible al corazón receptor, y todo el entorno de ambos se transforma, con una magia especial, que es la del amor.
Este amor hay que revestirlo de Dios. No podemos amar verdaderamente sin mirar a Jesús en la cruz pendiente de los demás, atento a sus necesidades, con ganas de querer consolar y ayudar a que encuentren el verdadero sentido de su vida. El apóstol san Pedro así nos lo manifiesta: «Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar una explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo una buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo» (1 Pe 3, 15-16).
Esta es la invitación que el mismo Jesús te hace, que le glorifiques con tu corazón, pues de él sale lo mejor de ti. Jesús, junto con las personas que te rodean y más te quieren sacan lo mejor de ti, lo más profundo; ya solo por esto da gracias a Dios sin parar. Que tu vida sea dar continuamente todo el amor y ternura que Dios te da cuando oras y te pones en sus manos.
Si a tu lado ves a una persona triste, desanimada, sin esperanza, perdida… no hace falta que te pida ayuda, con su silencio también habla y te está diciendo que le des razón de tu esperanza, de lo que te ayuda, da sentido a tu vida y te anima a seguir a Jesús amando a los demás sin esperar nada a cambio. Y esto se transmite con delicadeza y respeto, es decir, con los pequeños detalles y gestos que salen de tu corazón para llegar de una forma directa al hermano que está a tu lado. Y pase lo que pase y digan lo que digan, a pesar de los ataques, juicios, críticas que te puedan hacer, ten una buena conciencia y haz siempre lo correcto, aunque esto suponga luchar contra ti mismo, pues humanamente el instinto te lleva a defenderte y quedar por encima de los demás; Dios no te quiere así, Él te quiere callado, humilde y sencillo «pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal» (1 Pe 3, 17). Esta es la clave de la delicadeza y la ternura: Dar lo mejor de ti mismo en todo momento sabiendo que es el mismo Cristo quien lo está recibiendo; y aunque te cueste la misma vida, no temas, no te preocupes, haz el bien sin cansarte y sin desfallecer, aunque la tentación aceche. Dios te sigue esperando en el corazón de quien está a tu lado.