«Nadie que crea en Dios quedará confundido» (Rom 10, 11). Estamos llamados a confiar en el Señor que nunca nos va a fallar. Esta es la razón de nuestra fe que nos tiene que llevar a la experiencia del encuentro profundo con el Señor de la vida. Sabemos de sobra que Dios es Todopoderoso, pero hay veces que no nos lo creemos, pues no confiamos lo suficiente en lo que somos capaces de hacer con su ayuda. Hay veces que nos dejamos llevar por la ley del mínimo esfuerzo, por las comodidades que muchas veces son más apetecibles que los compromisos y la entrega, pero lo que no podemos negar es que lo segundo nos hace crecer y madurar y nos hace ser más auténtico.
Nos dice el apóstol san Pablo: «Algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan» (2 Tes 3, 11-12). En cada ámbito de nuestra vida: trabajo, vida familiar, relaciones personales, amistades, ocio… no podemos dejarnos llevar solamente por el momento o por los impulsos. Necesitamos saber qué es lo que tenemos que hacer para poder sacar así lo mejor de nosotros mismos y no quedarnos estancados, sin saber hacia dónde tirar. Por eso el apóstol Pablo invita a trabajar con sosiego, para que cada uno seamos independientes, autónomos y podamos construir nuestra propia vida. Hay veces que es más complicado de lo que quisiéramos, pero hemos de seguir luchando sin rendirnos, por muy duro que se nos haga el camino, pidiendo la primera ayuda al Señor para que Él nos de luz y sepamos actuar de la mejor manera, viviendo siempre en comunión con Dios y con los hermanos.
También nos ocurre lo mismo en la vida de fe. No podemos vivir de las rentas de los demás. Hemos de hacerlo desde nuestra propia experiencia personal, renovada diariamente, porque para cuidar la vida de fe es necesario que la vivamos con intensidad, en primera persona del singular para luego poder transformarla en primera persona del plural. Somos individuos (primera personas del singular) llamados a vivir en sociedad (primera persona del plural), y si queremos compartir nuestra vida y nuestra fe tenemos que aportar, no podemos estar solamente viviendo a costa de los demás, por eso dice Pablo: «El que no trabaje que no coma» (2 Tes 3, 10). Los hermanos siempre nos van a ayudar y van a compartir con nosotros la fe, y quien lo hace desde el Amor de Dios nunca se va a cansar de entregarse y donarse a los demás. Pero no podemos ir siempre a remolque, son muchos los momentos en los que hemos de tomar la iniciativa, dar el paso al frente para dar lo que también hemos recibido. La vida de fe, el servicio, la entrega y el compromiso necesita de la reciprocidad, como las relaciones personales. Se alimenta de la reciprocidad y cuando en la relación con Dios uno se entrega totalmente y regala el amor de Dios a los demás, el Señor siempre devuelve el ciento por uno, porque Él lo multiplica sin medida.
Es por esto por lo que todo creyente auténtico tiene clara su opción de vida, porque en Dios ha encontrado la Verdad, la Luz, la Fuerza para seguir viviendo en este “mundo de locos” en el que nos encontramos, donde vamos dando bandazos de un lado a otro, muchas veces sin saber cómo. Ante este mundo que nos rodea, a veces tan ingrato, el apóstol nos dice: «No os canséis de hacer el bien» (2 Tes 3, 13), porque humanamente hay veces que nos sentimos cansados y agotados por las circunstancias de la vida, que vemos que es imposible que sigamos caminando, creyendo y luchando, y sin darnos cuenta nos alejamos de Dios y nos sumergimos en el gran pozo de la oscuridad que nos lleva al vacío de Dios. Para combatir estas situaciones Jesús nos dice constantemente: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré» (Mt 11, 28), para que acudamos a Él y encontremos nuestro descanso, la fuerza que necesitamos para volver a trabajar por el Reino de Dios, para que el Evangelio sea una realidad en cada una de nuestras vidas y para que con nuestro testimonio y servicio podamos seguir transformando el entorno que nos rodea, que es esta parcela que Dios nos ha dado para que la cuidemos y hagamos que de buen fruto. Con Dios todo es posible.