A todos nos gusta llevar la razón, sobre todo cuando estamos en el momento álgido de una discusión, hacemos y decimos lo que sea necesario para quedar por encima de nuestro interlocutor. Hay momentos en los que incluso no medimos ni las palabras ni las formas, lo que importa es quedar por encima del otro, aunque luego nos sintamos mal y con remordimientos, achacándonos incluso, el poco tacto que hemos tenido o las malas palabras y gestos que hayamos podido decir y realizar. Es difícil controlarse en situaciones así y mantener la calma, pero no es imposible.
El autocontrol es parte importante del equilibro personal que debemos buscar en nuestra vida interior. Tenemos que dedicar cada día tiempo a cuidar y cultivar nuestra interioridad, pues es el lugar donde confluyen todas nuestras vivencias, estados de ánimo, y sentimientos. Nuestra vida interior nos ayuda a afrontar cada momento vivido y a encajarlo de la mejor manera posible, procurando no perder la calma, la paz y la serenidad en la que debemos vivir día a día. Esto es un trabajo interior que cada uno debemos hacer, es nuestro proceso de madurez para hacernos fuertes y permanecer enteros ante las situaciones duras y difíciles que afrontamos.
Estoy convencido y creo profundamente que la fe está para ayudarnos a afrontar cada dificultad que se nos plantea en el camino y a no perder la paz. Hay muchas veces en las que pagamos un precio muy alto ante los problemas al perder la paz, la ilusión, las ganas de vivir. No podemos permitirnos estos lujos. En momentos así hay que mantener la calma y saber confiar en quien no defrauda que es el Señor.
Pensemos en la angustia del empleado que «le debía diez mil talentos a su señor. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”» (cf Mt 18, 24-26). ¡Qué situación tan terrible de sufrimiento, de angustia y de impotencia!
Seguro que conocemos a nuestro alrededor personas que también lo están pasando muy mal económicamente, como el siervo del evangelio, y ¿cómo no sufrir al ver que no puedes pagar y que tus bienes y posesiones corren peligro? Es una situación durísima donde, por las circunstancias de la vida, podemos llegar a la desesperación más profunda.
¿Cómo afrontar un momento así con paz, con calma, con serenidad?
Por mi experiencia he podido comprobar que las personas con una fe viva y fuerte, a pesar del sufrimiento y del verse sin nada, han sabido confiar en la Providencia Divina y han salido adelante. Y es que verdaderamente Dios provee. Así lo dice Mateo: «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso» (cf Mt 6, 31-32). Dios se encarga de todo cuando estamos totalmente abandonados a Él y puestos en sus manos. Por quienes tienen fe se convierten en luz y testimonio cuando tienen que vivir experiencias extremas de sufrimiento y de dolor, porque tienen la confianza de saber en su alma que Dios no defrauda ni abandona; que Dios siempre está presente en su vida. Y lo viven con paz, calma y no desesperan. Por eso cuida tu interioridad para estar preparado y saber encajar lo que la vida te trae. Y hazlo con paz, con calma, desde Dios.