Muchas son las veces que hemos escuchado que “el hombre propone y Dios dispone”, porque nos hemos hecho nuestros propios planes y a la hora de desarrollarlos nos han salido otros totalmente distintos. Lo mismo nos ocurre a la hora de hablar con una persona, nos hacemos una composición de nuestra conversación y luego nos sale por otros derroteros totalmente distintos, dejándonos incluso cosas importantes que habíamos pensado expresar.
En la vida de fe nos ocurre lo mismo a las personas, especialmente en el sacramento de confesión, porque hay veces que nos hacemos nuestro propio esquema mental de cómo lo vamos a hacer y decir, y justo en el momento de estar confesando el Señor nos descoloca y dejamos que salga todo lo que tenemos en nuestro interior y que realmente nos hace sufrir y nos duele.
El Sacramento de la Penitencia es un Sacramento de sanación, donde cuidamos nuestra alma y la sanamos de las heridas del pecado. Es necesario acudir a él para curarnos de los males que nos causa el caer en la tentación, pues por nuestra condición humana somos muy vulnerables. Ponerse delante del Señor con un corazón abierto durante la Confesión es el mejor tratamiento que podremos recibir. A menudo la carga que llevamos sobre nuestra vida se hace cada día más pesada y esto nos provoca intranquilidad, insatisfacción, irascibilidad con quienes estamos más cerca, impaciencia, desánimo y tantos sentimientos y cosas que llegamos a pensar que nos van minando tanto, que nos metemos en un círculo vicioso del que a veces nos resulta difícil salir.
Y, ¿qué necesitamos? Pararnos un momento en medio de estas situaciones, ser honestos con nosotros mismos y sincerarnos con el Señor, verbalizando y expresando cómo nos sentimos, para que así vaya saliendo de nuestro interior toda la frustración que tenemos acumulada y que ha convertido nuestra propia vida en una carga demasiado pesada. Abrir el corazón y sacar fuera de él todo lo que tenemos guardado, es de las mejores acciones que podemos hacer con el Señor, que nos conoce perfectamente, para que Él nos de luz en medio de la oscuridad que nos envuelve.
No te rindas nunca, no pienses que la salida es muy difícil. Quizás lo que necesitas es pararte un poco, reflexionar sobre tu vida, buscar un sacerdote y confesarte, vaciando totalmente tu corazón ante Dios y escuchando esa palabra que te dice a través de él. Hacer esto es de valientes, de aquellos que están decididos a cambiar de rumbo de una manera radical. Porque te encontrarás con la luz, pues Dios siempre está ahí, esperándote a que vayas a su encuentro. Siempre responde y te habla a través de los acontecimientos de tu vida. El miedo, la vergüenza y el respeto humano, la incredulidad, el agobio… te van a atenazar y le van a estar diciendo a tu mente que no merece la pena. Déjate llevar, ponte en las manos de Dios y experimentarás que ha merecido la pena.
Dice el apóstol San Pablo: «Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado» (Col 1, 21-23). Así nos quiere el Señor, totalmente convertidos, para que estemos bien cimentados y estables en nuestra fe, esa que se tambalea ante los sufrimientos, dificultades y agobios. La fe será quien te ayude a permanecer de pie, sin rendirte, perseverando en los esfuerzos para salir adelante y sin permitir que te venza el desánimo ni el desaliento. Por eso dice el apóstol que nuestra esperanza debe ser inamovible, firme, para que tengamos claro siempre que el Señor Jesús es el centro porque su Palabra llega a nuestro corazón.
Recuerda: sincérate siempre con Dios y déjate llevar, no te guardes nada cuando te confieses, porque la recompensa que obtendrás al sentirte totalmente liberado te ayudará a darte cuenta de que merece la pena confesarse y necesitas estar siempre con Dios para ser más feliz.