Confianza absoluta, es la llamada que nos realiza la fe día tras día de nuestra vida. Sabemos de la dificultad que entraña en los tiempos que vivimos fiarnos de los demás, poner toda nuestra confianza en las personas que nos rodean. Hay muchas personas que dicen que hay secretos que no se cuentan a nadie, ni a los más íntimos. Preferimos guardarnos bien nuestras intimidades porque así nadie nos puede traicionar. Es como si nuestro corazón albergara dudas sobre la fidelidad de los que están a nuestro lado, pues su reserva no es del todo fiable al cien por cien. Actitudes así, son las que ayudan a que sigamos sembrando el mal a nuestro alrededor, porque estamos poniendo límites a la bondad, tanto la de los que nos rodean como la nuestra propia. Un brote de desconfianza se va haciendo, paso a paso, presente en nuestra vida y va cobrando fuerza con las experiencias, desencantos y decepciones que se nos van presentando. No podemos convertir nuestra vida en formalismos y costumbres sin vida. La capacidad de sorprendernos por lo que nos acontece, viviéndolo desde la presencia de Dios, es lo que nos ha de convertir en seres especiales. No porque nosotros nos lo creamos así e hinchemos cada día nuestro ego, sino porque desde la presencia de Dios y la puesta en práctica de la Palabra de Dios vamos descubriendo la felicidad y la plenitud en cada cosa que realizamos y con cada persona con la que nos encontramos.
Entonces confiar se hace más fácil, porque estamos alimentando nuestro trato con Dios, y nuestra mirada hacia los hermanos se transforma. Porque no miramos a través de nuestros propios ojos ni de nuestro entendimiento, sino que lo hacemos a través de la presencia del Señor, y somos capaces de descubrir lo mejor que tiene el que está a nuestro lado, y nos dejamos sorprender también por cada uno. De lo que se trata es de que llegues donde Dios quiere, no donde tú te propones. La motivación que tienes en tu caminar puede cambiar radicalmente, porque es Cristo quien te guía y en quien has puesto toda tu confianza. Confía plenamente en la voluntad de Dios, y no le pongas ninguna traba, especialmente aquella que está llena de preguntas sin respuestas y de acontecimientos que no entiendes y que cuestan tanto trabajo de aceptar. Confiar en Dios es dejar que Él te guíe, especialmente cuanto más desconcertado estás. Es así como se alimenta la confianza en Jesucristo, que es capaz de transformar los aparentes fracasos humanos en grandes victorias, porque nuestros caminos no son sus caminos, y Cristo siempre nos lleva por sendas que a nosotros nos parecen desconocidas e inseguras, pero para Él son las mejores y más auténticas.
Aunque no nos gusten las dificultades son necesarias, porque son las que nos purifican en el camino de la fe. Es la propuesta de Cristo: «¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida!» (Mt 7, 14). Así es como el Señor nos ayuda. No se trata de que te quite las dificultades, que siempre las tendrás, sino que te ayude a superarlas para que así puedas seguir madurando, aprendiendo, avanzando y dando lo mejor de ti en cada momento. El amor de Dios pasa por la cruz, y ni Dios Padre ni Jesucristo van a permitir que pases más sufrimiento del necesario, para que puedas avanzar y progresar. Es verdad que a veces tenemos la sensación de que estamos pagando un precio demasiado alto, pero la Sabiduría de Dios nunca se equivoca, por eso, si queremos seguirle lo que tenemos que hacer es cargar con nuestra cruz: «El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mi» (Mt 10, 38). No puedes rechazarla, has de aceptarla, porque es así como aprendemos y logramos tener confianza absoluta en Dios, pues llegarás a comprender que Dios no te falla, y que siempre está a tu lado, dándote en todo momento lo que necesitas. Así es Dios, bondad y amor. Él sabe siempre lo que se hace, no lo dudes nunca y te evitarás grandes sufrimientos. Cuida tu vida de oración, tu fe y tu espiritualidad. No la maltrates con las tentaciones y seducciones del mundo, que lo único que hacen es empobrecer tu fe y hacerte más vulnerable ante el sufrimiento. Y sobre todo no te enfades con Dios. Dios te ama y quiere tenerte siempre a su lado.
No confundas nunca pedirle a Dios que te conceda unas gracias, con negociar con Él lo que más deseas. Muéstrate obediente a su voluntad para que se refuerce cada día tu confianza en el Señor. Tu fuerza de voluntad y esfuerzo son vitales para esta misión. Que el Señor te ayude a seguir realizando este camino personal y comunitario, para que así seas verdadero testigo suyo en cada lugar en el que te encuentres. El Señor te bendiga.