Viernes de Dolores, anticipo del Viernes Santo. Horas críticas donde la Madre contempla la injusticia que están cometiendo con su Hijo. A los ojos de los hombres es algo inexplicable; a los ojos de Dios es el ir avanzando hacia el culmen de la misión.
Y ahí está la Madre Dolorosa, con esa espada que le atraviesa el corazón y que derrumba a todo ser humano. Como siempre ocurre ante cualquier sufrimiento, el ser humano es capaz de sacar fuerzas de donde no las hay. Y María, no iba a ser menos. Saca fuerzas para estar al lado de su Hijo, contemplando con impotencia el escarnio que están realizando sobre Él. A los ojos de Dios: la obediencia llevada hasta el extremo; a los ojos de los discípulos: el fracaso de un proyecto; a los ojos de la Madre Dolorosa: los planes de Dios son inescrutables.
No es fácil para María ver cómo están vejando a su Hijo, el Mesías. El sentimiento de Madre hace más intenso lo que está sufriendo el Hijo, porque ha sido ella quien lo ha llevado en su seno y quien bien lo conoce porque lo ha llevado en sus entrañas; lo ha sentido durante su gestación; lo ha educado como buena Madre; lo ha guiado en sus primeros pasos, tanto en su niñez, como al comienzo de su vida pública. Una Madre atenta, que solo con la mirada, es capaz de captar al momento las intenciones y sentimientos de su Hijo.
¿Cómo no le va a doler cada golpe, escupitajo o insulto? ¿Cómo no le va a doler ver tanta sangre sobre su cuerpo? ¿Cómo no le va a doler cada zumbido de los latigazos? ¿Cómo no le va a doler tanto grito de la muchedumbre sedienta de tortura? Ahí está la Madre Dolorosa, fiel hasta el final, recogiendo cada gota de sangre que se pierde en el camino, para que no se pierda ni una mínima parte de vida. En su sufrimiento, en su impotencia, en su dolor, la Madre Dolorosa, sigue los últimos pasos de su Hijo hasta la consumación de su vida.
¿Quién piensa en ella? ¿En su dolor? ¿En lo que siente su corazón?
Este Viernes de Dolores, Madre, sabemos cómo te sientes, te entendemos perfectamente. El mundo está herido, como lo estaba Jesús. Injustamente son muchos los que están muriendo víctimas de esta pandemia del covid-19. Impotentes, como tú, estamos contemplando cómo la vida se escapa de las manos. Y ni siquiera podemos acompañar a los que amamos y se marchan de nuestro lado, muchos para siempre. Hoy, como tú, a pesar del dolor y sufrimiento, entendemos la importancia del calor y la compañía de los más cercanos en el momento de la tribulación. Cristo, ultrajado, te vio; habló contigo con la mirada, el corazón y con las palabras. Tú bien sabías lo que pensaba y sentía.
Tú has experimentado en primera persona la exigencia de la fidelidad, abandono, confianza, entrega y obediencia al plan de Dios. Tu corazón es atravesado por una espada, consumación de la profecía del anciano Simeón, que te hace sentir el mayor de los dolores que una Madre puede tener: ver morir a su Hijo. Madre Dolorosa, en este Viernes de Dolores queremos pedirte un pequeño esfuerzo más: Consuela, sostén y fortalece a nuestro mundo herido, sufriente y desconcertado.Ayúdanos a ser como tú, aunque estemos a años luz. Que este sufrimiento que estamos teniendo nos permita creer, confiar, crecer, caminar… más en Dios.
Tú eres modelo de fidelidad y entrega al Señor, estando al pie de la Cruz. Ayúdanos a que nosotros seamos también luz para aquellos, que hoy en día, no creen; para aquellos que están sufriendo sin poner sus ojos en el cielo; para aquellos que no han descubierto la fuerza de la oración; para aquellos que no entienden el verdadero significado de la cruz. Rezar no sirve para que la Cruz de Cristo no te alcance, sino para sujetarla con esperanza. Virgen María, tu que eres Madre que consuela: ¡abrázanos!, ¡reconfórtanos!, ¡ayúdanos!, ¡fortalécenos!… para que como tú sepamos estar al pie de la Cruz sin apartar la mirada de Él, sin dejar de mirar en todo momento al cielo con esperanza, sabiendo que algo grande nos espera al final de esta pandemia: El gozo del encuentro con el Señor Resucitado en una nueva vida, en un nuevo tiempo, en unas nuevas oportunidades para no repetir esta historia y cuidar más nuestra casa común, a cada uno de sus habitantes y al Señor del Cielo y de la Tierra que quiere que todos seamos felices y nos realicemos en todo lo que hacemos.
Madre Dolorosa, no nos desampares, en tus manos nos ponemos. Amén.