Son muchas las ocasiones en las que nos callamos lo que pensamos y lo que sentimos; algunas veces para no herir a la otra persona y otras porque no nos atrevemos a expresar lo que verdaderamente sentimos, o bien porque sentimos vergüenza o bien porque pensamos que nuestros sentimientos no son tan importantes para los demás. La prudencia es muy buena y sana cuando lo que pretendemos es hacer el bien al otro, pero no es buena cuando callamos por respeto humano y damos por hecho que los demás saben lo que sentimos por ellos.
A todos nos gusta escuchar un “te quiero”, un “qué importante eres para mi”; un “te necesito” … porque nos hace sentir bien y porque los demás nos muestran que para ellos somos importantes. Pero por norma solemos dar por hecho que los demás, especialmente nuestros familiares más cercanos, saben que los queremos, que son especiales, que los necesitamos, … y nos guardamos esos sentimientos que se van acumulando en nuestro interior y que necesitan salir para hacernos sentir más felices, más a gusto con nosotros mismos.
Esta falta de sinceridad del corazón nos debe ayudar para no ocultarnos ante los demás, para que hablemos y transmitamos lo que sentimos desde esos diálogos sinceros y emotivos que muestran lo mejor de nosotros mismos y también que ayudan a aclarar malas interpretaciones, pequeños o grandes desencuentros, o simplemente algo que hemos vivido y que esperábamos una respuesta distinta a la que en su momento nos dieron y que dejó guardada en el corazón una espina que nos cuesta trabajo de sacar.
Hay veces que dejamos conversaciones pendientes, porque nos resulta difícil dar el paso para sacar el tema a tratar en cuestión, y como no sabemos cómo hacerlo vamos dejando pasar oportunidades en el tiempo que van poco a poco envejeciendo esa espina y ese sentimiento encontrado.
Jesús nos lo cuenta en el evangelio en la parábola del hijo pródigo, con la figura del hijo mayor: «El hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”». (Lc 15, 25-30).
Mucho tenía guardado dentro el hijo mayor que al llegar a su casa, en vez de entrar y preguntar a su padre directamente qué es lo que ocurre para estar de fiesta, se queda fuera y le pregunta a un criado. Hay veces que los cercanos pueden llegar a convertirse en extraños para nosotros por esa distancia que vamos creando por la falta de diálogo. Y es que el hijo mayor no tenía confianza con ese padre bueno que da sus bienes a su hijo menor y luego le perdona.
Es el padre quien tiene que salir fuera para escuchar el reproche de su hijo que se tenía callado desde hacía tiempo. Y el reproche no se produce al calor del hogar, sino en la frialdad de la calle. No podemos ser fríos con los demás – a veces parecemos bloques de hielo. Tenemos que dejar que el Señor caliente nuestro corazón y nos ayude a compartir en la intimidad del hogar lo que sentimos, lo que esperábamos y deseábamos y que quizás no fue, para no guardar nada dentro y así estar en paz, tranquilos, siendo conscientes de que no tenemos nada malo guardado contra nadie y así podamos disfrutar más de la compañía, de la convivencia y del día a día de nuestros hogares.
Por eso si tienes alguna conversación pendiente con alguna persona, es hora de dar el paso, de enfrentarte a lo que tienes aparcado en tu vida, para que puedas sentir esa liberación interior y puedas mirarla a los ojos con la trasparencia del que es misericordioso y ama de corazón. Y si tienes miedo o vergüenza para dar el paso, ponte en las manos del Señor, preséntale tu situación y deja que te lleve; que Él vaya por delante de ti mostrándote el camino para que no se te enfríe el corazón. Haz de tu corazón el mejor de los hogares para que todos puedan sentir tu amor verdadero con la ayuda de Dios.