Dios va poniendo en nuestro camino personas que comparten nuestros mismos ideales, que tienen nuestras mismas inquietudes y que sienten el Evangelio como parte de su vida. No hace falta pasar mucho tiempo con ellas para darse cuenta de que existe una sintonía especial, pues el compartir un proyecto común desde la fe, hace que los corazones se unan. Todo fluye especialmente porque es el Señor quien actúa y es el Evangelio el que se va haciendo realidad en nuestras vidas. No hay mayor gozo para el creyente que poner en práctica la Palabra de Dios. Cada día es una oportunidad nueva para seguir haciendo el bien y para dejar que el Señor nos siga ayudando a seguir encontrándonos con quienes viven y comparten el mismo estilo de vida que nosotros. ¿Los reconocemos? ¿Nos reconocen? Nuestro testimonio personal debe ser quien hable por nosotros y nos una en este proyecto común de dar la vida por el Reino. Nuestros compromisos y nuestras opciones personales nos congregan en torno a la Eucaristía y esa llamada que nace de lo más profundo de nuestra alma nos lleva a entregarnos a Dios y a pensar en nuestro proyecto vital de una manera totalmente distinta a la que veníamos haciendo hasta ahora. Nuestras prioridades cambian, no por nosotros, sino por Dios, que nos sumerge en la clave del Amor total y gratuito, y que nos hace sentir privilegiados al ofrecernos totalmente a Cristo y al Evangelio.
¿Qué sienten los mártires cuando dan su vida por Cristo y por la fe? Debe de ser el mayor gozo que se puede experimentar en el seguimiento de Jesucristo y un ofrecimiento vital tan grande que sería difícil de explicar, pues te abandonas de tal manera en las manos de Dios que ni tu vida te llega a importar. Porque bien sabes que no es importante, pues es el Señor quien llena toda tu existencia y sientes de verdad ese regalo, que el Padre convierte en don de Dios. Constantemente nos da oportunidades para reemprender la marcha y saber en qué lugar estamos y cómo hemos de vivir. No podemos flaquear, por tanto, en nuestra confesión de fe, porque hoy en día depende de cada uno y de nuestro compromiso la construcción del Reino de Dios y la vivencia de la fe en nuestro entorno. Todos somos responsables, y por lo tanto, cada uno ha de responder por sí mismo de esa parcela que Dios nos ha encomendado del Reino de Dios y que hemos de cuidar como ese tesoro valioso puesto en las manos del Padre bueno.
Deja que tu corazón respire a Dios por cada rincón de tu vida; que sea el mayor testimonio de la fuerza que te da y que permite ser miembro activo de la construcción del Reino de Dios. Tener a Dios presente es una virtud del alma y una muestra palpable de que nunca falla. La Providencia siempre viene en ayuda del que se abandona en las manos del Padre; y destierra a los soberbios de corazón, a los que no hacen nada más que recordar a los demás lo que son y los títulos que tienen, para ser respetados y para autoafirmarse ante el resto escondiendo sus propias limitaciones en una manera soberbia de dirigirse a los demás fingiendo que te importan, pero en el fondo sólo queda la pobreza humana y las limitaciones que muestran lo que realmente somos.
Por eso deja que el Señor sea quien te ayude a vivir tu vocación enamorado de Cristo y uniéndote desde el corazón a cuantos te rodean, mirándolos y tratándolos siempre con amor.