Muchas veces nos resulta difícil entender qué es lo que Dios nos quiere decir. Quizás porque no estamos en su sintonía; quizás porque no estamos preparados lo suficiente para entablar un diálogo fluido con Él; quizás porque el momento presente lo estamos viviendo tan intensamente que quedamos desconcertados ante lo que nos ocurre y no sabemos cómo afrontarlo. El caso es que la dificultad proviene de nosotros mismos, pues parece que no estamos lo suficientemente preparados para escuchar con claridad lo que el Señor nos está pidiendo. Dios no deja nunca de hablarnos, siempre nos está diciendo cosas para que demos sentido a cada vivencia nuestra; y nosotros que tenemos ese buen ánimo hemos de ser capaces de vivirlo así.
Dios es siempre claro, nunca se anda con medias tintas ni hace las cosas por hacer. Él nunca se esconde porque su Amor es infinito y no podemos nunca defraudarle. Lo que pasa es que a veces nos defraudamos a nosotros mismos cuando somos víctimas del pecado y nos dejamos llevar. Nos relajamos tanto que nos abandonamos en nuestra vida de fe y rápidamente somos tentados, de tal manera, que parece como si nos viéramos sin opción de cambiar y de mejorar en nuestra vida. En cada segundo de nuestra vida el Señor nos está hablando y diciéndonos qué es lo mejor para cada uno. Lo cual, demuestra lo importante que es estar siempre cerca de Dios, para que, como compañero de camino, entendamos claramente qué es lo que nos está diciendo.
Hay veces que no queremos escuchar lo que Dios nos tiene que decir porque nos saca de nuestras comodidades y nos denuncia a nosotros mismos nuestra falta de compromiso. Si queremos avanzar en nuestra vida de fe tenemos que estar dispuestos a dar el salto y afrontar nuevos caminos que son desconocidos para nosotros, con la certeza de que no pueden traernos nada malo porque vienen del Señor. Cuando somos conscientes de que el Señor está presente en nuestra vida nos sentimos dichosos porque lo mejor que nos puede ocurrir es afrontar estas situaciones desde esta presencia de Dios que todo lo envuelve y que es capaz de transformar en grande lo que es pobre, insignificante y nada.
Precisamente Jesús quiere que nos pongamos delante de Él con las puertas del corazón abiertas de par en par para que Él pueda entrar y dar un toque especial a nuestra vida. Ese Dios nos reparte su Gracia para que estemos cada día más unidos, y podamos sentir la acción de Dios en nuestra alma, necesitada cada día de su amor, para que la tensión con la que vivimos nos ayude a sacar siempre lo mejor que hay en nuestro interior y así llenos de su presencia seamos capaces de seguir caminando y proyectándonos hacia un futuro lleno de esperanza y vida en Cristo.
Por eso dice el apóstol san Pablo: «Dios, rico en misericordia, nos ha hecho revivir con Cristo; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad con nosotros en Cristo Jesús. Por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios» (Ef 2, 4-8). Dios, como Padre bueno que es, quiere lo mejor para sus hijos. Tú eres su hijo y quiere lo mejor para ti. Quiere que tengas vida, gracias a la Resurrección de Jesús, porque quiere que experimentes cada día el inmenso gozo de ser su hijo y de estar totalmente unido a Él por medio de la “Gracia” que actúa en tu vida y te permite ser “Uno” con Cristo. Deja que tu corazón esté totalmente unido a Dios, para que poniendo en práctica el Evangelio seas capaz de experimentar lo que significa ser hijo de Dios, estar en sus manos y sentirte feliz al ver que el amor de Dios desborda tu vida y llenas de vida a los demás.