Hay veces que todo parece de color de rosa y eres feliz, pero de pronto algo trunca ese estado de bienestar interior que uno tiene. No sabes por qué, pero debes estar preparado para vivirlo. Te revelas, no quieres afrontarlo porque te resulta imposible, no es real. Pero no, la realidad va mucho más allá. Un frío intenso llena tu interior y hace que entres momentáneamente en otra dimensión, a veces surrealista, otra inimaginable, donde todo se tambalea y tu mente no deja de dar vueltas a todo.
Poco a poco ese sentimiento frío se va serenando y te va haciendo tomar conciencia de la realidad. Una realidad que no quieres asumir, que rechazas, que quieres tirar fuera, pero que está ahí expectante para decirte: “Aquí estoy yo, no temas que tarde o temprano entraré en ti”. Y es entonces cuando se produce ese encuentro entre tú y ese frío que hiela el alma, que te deja paralizado, sorprendido.
¿Qué hacer? ¿Cómo encajar esto? ¿Estoy preparado?… son algunos de los interrogantes que vienen a tu mente cuando en realidad te das cuenta que la vida es así, que uno no está preparado para todo lo que tiene que vivir y tiene que saber afrontarlo desde el mismo instante en el que te ocurren las cosas. Son las sorpresas de la vida, son los acontecimientos que te descolocan y que te meten ahí, en estado de hielo del que en ocasiones no sabes cómo calentar el motor de tu corazón para poder moverte, arrancar, ponerte en marcha.
Pero detrás de cada resquicio oscuro siempre hay un pequeño halo de luz que hace que tu esperanza no se acabe. Siempre te queda un poco de vida, una mínima reserva, si eres capaz de buscar y no quedarte inmóvil ante cualquier circunstancia.
Es ahí donde aparece algo abstracto que en ocasiones es difícil de ver, de sentir o de creer, pero que ciertamente está ahí esperando llenar de combustible ese motor de tu corazón que desea calentarse. Ese es el Señor Dios, que con bondad y con mimo está esperándote para sacarte de esa realidad. Él quiere llenar tu vida de ese calor que alienta tu vida, que te hace sentir que no estás solo y que puedes con todo, porque hay un combustible, mezcla de varios elementos que te permiten afrontar las dificultades y las desazones: la fe, la confianza, la certeza de saber que no estás solo, la esperanza.
Estos son los elementos que debes tener en cuenta para que tu vida no se vacíe, no se quede sin el combustible necesario que te deja inmóvil, sin sentir, sin ver… No seas un robot de la vida. Deja que el Señor llene tu existencia de sentido para que sepas saborear cada uno de los acontecimientos sencillos, silenciosos, que nadie puede percibir excepto el Padre Dios. Esos son los que merecen la pena porque son los que llenan de sentido tu caminar y son los que te permiten saborear los pequeños caramelos dulces, que como granos de azúcar por separado apenas endulzan, pero que juntos en varias cucharadas, al gusto, dan el sabor preciso para saborear lo que vives.
Para ello hace falta una actitud indispensable: disponibilidad. Una disponibilidad que no debe tener fronteras y que ha de estar abierta para escapar de tu propio control, de tu propio ser. A veces sin darnos cuenta la encerramos en nosotros mismos y nos impide ver más allá. La disponibilidad de la fe nos lleva al abandono en Aquél que nos permite volar y saber que sus derroteros no son como los nuestros y que lo desconocido es momentáneo porque rápidamente lo descubrimos y lo vivimos y saboreamos.
Ánimo herman@. No te dejes llevar por tu desazón. Confía en el Señor y cuenta con mi oración.