Buscar la paz y estar en paz. Tan valioso y necesario en nuestra vida. Sé instrumento de paz para hacerla cada día realidad en tu entorno, transmitirla a quienes te rodean y cuidarla con tus palabras y acciones para que no se pierda. Es frágil, rápidamente se puede perder por el más mínimo detalle o contratiempo que surja. Así es nuestro débil carácter, capaz de centrarse en lo que ofende y no es primordial en nuestra vida, y dejarla a un lado olvidando la calma y serenidad, necesarias para no perder los nervios, controlar la ira y reaccionar de la manera más templada posible. Queremos la paz y necesitamos la paz. El primero que ha de tenerla eres tú. Has de fortalecerla en tu interior para que no se vaya al menor contratiempo. Así cuando arrecien las dificultades te mantendrás sereno y tranquilo; tus palabras transmitirán calma a los que te rodean y serás testimonio para los demás de cómo afrontar las dificultades con tranquilidad, manteniendo en todo momento la quietud en tu alma.
Esta actitud de nuestra vida hemos de trabajarla. Las cosas no llegan por sí solas, al menos ha de haber en nuestro interior el deseo de búsqueda para conocer a Cristo y todo lo que ha hecho por nosotros. Dios nunca está parado, no se queda indiferente ante los problemas y sufrimientos del hombre; siempre está actuando porque le importamos, pero muchas veces no le vemos porque estamos perdidos, nos hemos alejado y por mucho que afinemos el oído no le escuchamos hasta que no estemos cerca de Él. Para ello es necesario perseverar, mantenerse firme y fiel a los retos que nos propongamos, siendo constantes. Procura no tener altibajos en tu conversión para que ésta sea cada día más profunda. No quites importancia a la conversión, porque es fundamental para mantenerse cerca de Dios, y así podrás escucharle con mayor claridad, para saber qué es lo que tienes que hacer y caminar siempre en la dirección correcta, sintiéndote en todo momento seguro de por dónde vas.
Hay veces que las exigencias de la vida a las que nos vemos sometidos hacen que nos veamos tan cansados al final de cada jornada que no tengamos el tiempo suficiente para cultivar nuestra interioridad y rápidamente se evapore de nuestra vida la paz interior. Por eso las personas que desprenden esa paz interior y transmiten tranquilidad, serenidad y sosiego se convierten en importantes en nuestra vida. Tú has de ser esa persona que transmita esa paz a los demás; encontrando el equilibrio en Dios serás capaz de llegar al corazón de los demás, no por tus méritos, sino porque lo que Dios te inspira desde la paz es algo totalmente distinto a lo que el mundo nos ofrece. «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 27). Como seres humanos necesitamos ejemplos, pruebas que nos ayuden a entender y constatar lo que ocurre. En términos de fe es imposible llegar a entender y controlar a Dios. Por eso la invitación de Jesús a que si nos abandonamos a Él nuestro corazón no se puede turbar ni acobardar, porque lanzarse a Dios estar abierto a lo imprevisible, a aventurarnos por caminos totalmente desconocidos e inseguros para nosotros que nos provocan al principio incertidumbre e inestabilidad; pero Dios sabe bien lo que se hace y por eso llena nuestra vida de su paz y de un gozo y felicidad inmensas, porque todo lo que hace es bueno para nosotros.
El mérito no está en ti, el resultado de tus esfuerzos y deseos tampoco depende de ti. Deja que todo en tu vida dependa del Señor. Para ello has de cuidar tu vida de oración, tu relación con Dios, viviendo los sacramentos intensamente, como si fuera la última vez que los celebraras, porque así cuidarás con delicadeza y dulzura tu vida de gracia, procurando no apartarte del Señor en ningún momento y convirtiendo tu relación con Dios en una fuente preciosa de paz interior. Cuidar la paz significa dejar que actúe en tu interior y que vaya haciendo su trabajo en todos los ámbitos de tu vida. Que Dios toque tu corazón y te ayude a ser instrumento de su paz. La paz sea contigo.