Hay sorpresas y sorpresas. Nos gustan y deseamos las que nos llevan a la felicidad; rechazamos las que nos causan tristeza y sufrimiento. Lo que está claro es que con ambas debemos convivir y avanzar en nuestro camino particular. Cada uno necesitamos nuestro tiempo, nuestro proceso para encajarlo todo en nuestra vida. Nos marcan especialmente y algunas son puntos de inflexión en nuestra vida. Dios es especialista en sorprendernos. El anuncio de la Resurrección está lleno de esas sorpresas que hacen que nuestra vida cambie. El primer día de la semana las mujeres fueron al sepulcro a terminar de preparar el cuerpo de Jesús en el sepulcro y allí se vieron totalmente sorprendidas. En primer lugar, sobresaltadas, porque no lo esperaban, luego se llenaron de miedo, porque la novedad de la resurrección necesitaba ser procesada en su mente y en su corazón.
Así es como siempre actúa el Señor, sorprendiendo, llegando a nuestro encuentro para que nos pongamos en camino, para que nuestra vida tenga una transformación. El encuentro con Jesús siempre trae una novedad para tu vida; nos hace salir de nuestra normalidad, para sumergirnos en lo extraordinario. Le ocurrió a Abraham (cf Gn 12, 1-4); a María (cf Lc 1, 26-38); a José (cf Mt 1, 18-25); a los discípulos cuando les invitó a seguirle (Mt 4, 18-22); a Pablo cuando le tiró del caballo camino de Damasco (cf Hch 9, 1-19); y a cada uno de nosotros cuando nos vemos sorprendidos por los acontecimientos de nuestra vida y nuestro corazón se conmueve, porque es algo que no esperas, que te descoloca y no sabes cómo reaccionar ni afrontar en un primer momento la situación. Acércate a la Palabra de Dios para que puedas ver las reacciones de aquellos que se vieron sorprendidos por el Señor.Dios siempre nos sorprende, así es como actúa y desde la fe hemos de estar preparados para dejarnos llevar.
Ante la sorpresa que se encontraron en el sepulcro las mujeres corrieron a anunciárselo a los discípulos; lo mismo hicieron Pedro y Juan, salieron corriendo también para comprobar que era cierto lo que ellas les habían dicho. En esa carrera cada uno lleva un ritmo, pero Dios es paciente y siempre nos espera. También la samaritana después del encuentro con Cristo va corriendo a anunciar a sus vecinos lo que le ha ocurrido con Jesús y todo lo que le ha dicho; y los vecinos, a su vez, también salen corriendo del pueblo para encontrarse con Jesús. El apóstol Andrés también va corriendo a decirle a su hermano Simón que ha encontrado al Mesías. A nosotros también nos ocurre lo mismo en nuestra vida, cuando las sorpresas son extraordinarias vamos corriendo a anunciárselo a los demás, compartimos nuestra alegría, nuestra vida; porque las buenas noticias siempre se dan deprisa, con prontitud.
Hay prisas y prisas; rechaza las prisas de la vida que te sumergen en el activismo, y quédate con las prisas de anunciar y compartir todo lo bueno que Dios te regala; cada una de las propuestas que Dios te hace a través de su palabra, y que te llevan a caminar hacia el hermano desarrollando la misión que el Señor Jesús te ha encomendado. En la vida de fe hay que arriesgar para no ser como el apóstol Tomás, que hasta que sus ojos y manos no ven y tocan al Resucitado, no cree. Dios tiene paciencia con Tomás y con todos los que no van igual de deprisa que él. Esta es la ventaja de tener un Dios tan bueno, que siempre nos espera, nos llena de su amor a pesar de nuestra debilidad, del tiempo que nos tomamos en decidir y actuar.
Lánzate a la maravillosa aventura de dejarte llevar por el Señor. No pierdas el tiempo, porque cuanto antes estés en sus manos, más feliz vas a ser. No demores la decisión, el paso, siendo consciente de que al final lo vas a dar, porque con Dios siempre estarás bien. Piensa por un momento si tienes tu corazón preparado para las sorpresas de Dios; si eres capaz de ir deprisa a compartir todo lo que experimentas y vives desde tu fe y el encuentro personal con el Resucitado; o si en cambio tu respuesta preferida es decir que mañana lo harás, lo seguirás, hablarás… Haz que nunca sea mañana en tu vida; no pospongas decisiones; no aplaces momentos para compartir y transmitir tu amor por Jesucristo. Si algo te dice la sorpresa es que creas, que te fíes, que te dejes llevar por el Resucitado para ser feliz y sentir que cada cosa que haces en el nombre de Él merece la pena y llena tu vida de sentido.