Hay veces que la razón puede más que la fe. Llega a bloquearnos y angustiarnos en los momentos en los que no entendemos las cosas. Afrontar el sufrimiento es muy duro y el buscar respuesta a tantas preguntas, a veces incontestables, llegan a provocarnos un dolor más grande y una impotencia aún mayor. La tristeza se hace poderosa en nuestra vida y hace que bajemos los brazos totalmente invadidos por la amargura que nos invade. En momentos así hay que agarrarse a la esperanza y no dejar que sucumba ante la dureza de la vida. La resignación y la decepción comienzan a hacerse presente, fruto del poder que hemos concedido a la frustración, que se traduce en las preguntas sin respuesta y en que nuestra razón no llega a entender porqué la vida es tan injusta. Somos seres humanos, las emociones influyen fuertemente en nuestra vida y son capaces de llegar a dominarnos en muchas situaciones. En momentos así es más fácil entrar en la desesperación que en la esperanza cristiana. Es más fácil dejarse llevar por la razón que agarrarse fuertemente a la fe. La duda crece y ante el dolor que proporciona por la falta de respuestas hace que, incluso sin querer, la fe comience a debilitarse y tambalearse.
La Biblia nos pone un ejemplo claro con Job. Perdió todo lo material, e incluso hasta sus hijos, lo más querido para un padre, y así fue como reaccionó: «Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor”. A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios» (Job 1, 20-22). ¿Cómo no va a sentir Job la muerte de sus propios hijos? Es lo más desgarrador que hay. Que el corazón se rompa ante la muerte de nuestros seres queridos es lo normal. Job, como cualquier ser humano, tiene su corazón y siente la pérdida de los que ama. El testimonio de fe y paciencia que da Job es porque sabía que todo lo que tenía venía de Dios. Vivía su vida con una fe tan grande en Dios y un servicio tan grande hacia Él, que en ningún momento cuestionó a Dios a pesar de la tragedia que invadió su vida. Al contrario, la fe de hizo abandonarse más a Él. Para eso tuvo que hacer un camino en su vida. La fe es un regalo de Dios que hemos de cuidar día a día, para que nuestra vivencia con Dios y el trato que tenemos con Él, sea fructífero. La fe no es magia, todo lo contrario, necesita que pongamos mucho de nuestra parte para que sintamos cómo llega a nuestra vida. Tenemos que trabajarla día a día, en todo lo que nos acontece. Dios nos da la semilla para que la plantemos, y nosotros la tenemos que cuidar. Si pensamos que Dios nos va a dar los frutos directamente, sin nosotros mover un dedo por Él, porque tenemos muchas cosas que hacer, entonces estamos equivocados. Al final la razón terminará borrando nuestra fe y a Dios de nuestra vida.
Somos conscientes de la dureza de la vida; sabemos que la vida tiene momentos muy duros, para los que no estamos preparados. No estamos preparados para el sufrimiento ni para el dolor. Ser conscientes de las dificultades de la vida es importantísimo para crecer en la vida de fe y poder apoyarnos en el Señor que siempre quiere ayudarnos y estar a nuestro lado. Como hijos suyos que somos, Dios quiere llenar nuestras vidas de su amor siempre. No olvidemos nunca que la vida se nos ha dado gratuitamente, porque el amor es gratuito. El amor de Dios siempre busca darnos la mayor de las felicidades y también la mayor de las ayudas, porque especialmente en los momentos de dificultad es cuando Dios se hace presente.
En el camino de la vida nos encontramos con momentos de claridad, buen sol y camino cuesta abajo, donde todo es más fácil; y también nos encontramos con tempestades, vientos fuertes que nos tambalean y grandes pendientes que tenemos que sortear. La fe no se fortalece cuando todo marcha sobre ruedas y cuesta abajo en nuestra vida, todo lo contrario, es en las dificultades donde más se fortalece. Así es Dios, se hace más presente y cercano en las dificultades. Que el dolor y el sufrimiento no cierren la puerta de tu corazón al Señor, sino que las abra, para que puedas sentir el consuelo de Dios, que llega donde el ser humano no puede llegar. ¡Deja que Dios actúe en tu vida!