¡Déjate mirar por el Señor! No te empeñes en mirar hacia otro lado, para seguir haciendo lo que más te gusta y mejor te hace sentir sin necesidad de tener que comprometerte por los demás. Es la continua lucha que tiene el hombre de hoy en día. ¿Qué hacer? ¿Comprometerse y no tener vida o pasar y disfrutar de lo que más te apetece hacer? Parece como si tuviésemos un ángel y un diablo a cada lado de la conciencia, intentándonos convencer de lo que tenemos que realizar. Es necesario que nos centremos en qué es lo que queremos, para que lo que hagamos sea de verdad.
A veces, no bastan las buenas intenciones, propósitos y deseos; nos justificamos diciéndonos a nosotros mismos que somos buenos, que Dios conoce nuestros pensamientos y nuestras intenciones, aunque nos vemos superados por nuestras actividades cotidianas que ocupan todo nuestro tiempo. Y es precisamente el tiempo lo que nos tiene que permitir estar con el Señor, para sentarnos delante de Él y que nos podamos mirar mutuamente: Él y nosotros, en un gesto de amor que nos llene de plenitud. Cristo nos mira a través de la Sagrada Eucaristía: busca un momento en tu día a día para poder contemplarle y adorarle en Adoración Eucarística. Aquí puedes estar con Jesús, en persona, viéndole con tus propios ojos, dejándote mirar también por Él. En la Sagrada Eucaristía, en el Sagrario, encontramos a Jesús que es “Amor de los amores”, donde las palabras se nos quedan cortas para poder expresar y sentir qué es lo que significa.
Hay veces que dejarnos mirar por el Señor nos asusta y da miedo, porque con su mirada nos escruta y nos desnuda. Él sabe perfectamente cómo somos cada uno, a Él no podemos guardarle distancias aunque estemos lejos de Él, parece que así no le escucharemos tanto, no nos dirá tantas cosas y así no tendremos que comprometernos demasiado, para vivir nuestra fe de una manera más tranquila y despreocupada. Todo lo contrario, si de verdad queremos que Jesús nos mire, tenemos que estar dispuestos al compromiso, a la entrega por el Evangelio, a servir a los hermanos y no pensar en nuestras cosas sino en las de los demás. La fe absorbe, porque el servicio por amor, siguiendo el ejemplo de Cristo, hace que no pensemos en nosotros, y nuestro tiempo, nuestra vida ya no nos pertenece, es de Cristo y de la Iglesia. Le pasó al joven rico (cf Mc 10, 17-27), no fue capaz de renunciar a su vida, a sus riquezas, para seguir al Maestro. No quiso dejarse absorber por el Señor. Y «Jesús se quedó mirándolo y lo amó» (Mc 10, 21). Con Pedro también ocurrió lo mismo en el momento de las negaciones: «El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y se acordó de la palabra que el Señor le había dicho»(Lc 22, 61). Y Jesús le perdonó por su infidelidad y cobardía.
Por eso busca al Señor en el Sagrario y en la Adoración Eucarística, para que puedas sentir esa mirada de amor que el Señor Jesús quiere darte, y déjate envolver, para que tu corazón pueda saborear ese Amor inmenso que Dios quiere entregarte, para que seas feliz, experimentes la alegría del encuentro con Cristo Resucitado y tengas así la luz suficiente para ver cuáles son los caminos que has de recorrer para poner en práctica el Evangelio. Jesús nos ha dicho que Él «es el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), que quiere ayudarnos a entrar en el amor infinito de Dios. Haz silencio en tu corazón para que tu adoración sea más profunda y auténtica, no te conformes sólo con buenas intenciones, proponte firmemente adorar al Señor y dedicarle tu tiempo, para que Él te pueda mirar y tu corazón vibre de amor por Él, salte de alegría y sientas el deseo, el ardor de tener que hablar de Él a todos los que te rodean, porque tienes tanto amor para regalar que eres consciente de que no te lo puedes guardar para ti solo. No dejes que tu mirada se desvíe ni se separe del Señor, déjate mirar por Él.