Que la rutina no apague tu deseo de vivir, de sorprenderte y de saborear lo que haces cada día. Levantarse cada día es un reto para dar lo mejor de ti mismo y encontrar el verdadero sentido a todo lo que tienes que hacer en tu vida, especialmente cuando eres capaz de amar dándolo todo. No seas víctima de tu propia rutina, porque te irás sumergiendo en un pozo de oscuridad, desgana y desmotivación total. No pierdas la inspiración, no dejes que la rutina la apague y te sumerja en el vacío de la mente y del corazón. Vacío de la mente porque dejas de pensar y de interactuar con los demás aprendiendo y disfrutando de quienes te rodean; si estás más tiempo en las redes sociales que hablando con quienes te rodean empieza a cuestionarte que la rutina te está haciendo daño, porque te impide mirar a tu alrededor y compartir con los demás la belleza de la amistad, de la entrega, del servicio, del ser partícipe de sus vidas, del escucharles y ponerte en su lugar para acompañarles en sus alegrías y en sus penas. Y vacío en el corazón porque perdemos la capacidad de emocionarnos, de ser sensibles a las necesidades de los demás, de amar de verdad dedicándole toda tu persona y poniendo el corazón en todo lo que haces; no se trata de afectividad, se trata de valores y de creencias que nos llevan a actitudes muy concretas en la vida y que nos pone siempre ante los demás abiertos y bien dispuestos a hacer lo que haga falta por el otro, incluso si fuera necesario dar la vida por el hermano, siguiendo los pasos de Cristo.
Alimenta tu fe, no te prives cada día de hacer un buen examen de conciencia que te ayude a revisar lo que has hecho durante tu jornada y así poder rectificar, mejorar cada día y dar lo mejor de ti en cada momento. Si quieres aprender algo nuevo y renovarte deja que la Palabra de Dios te cuestione. Si la Palabra te interpela cada vez sentirás la necesidad de tenerla más presente en tu vida, sintiendo la necesidad de querer adentrarte más y así llegar a poner a Dios en el centro de tu vida. Cada vez que escuchamos un pasaje de la Biblia, aunque lo hayamos escuchado en muchas ocasiones, tiene que resonar en nuestra alma como si fuese la primera vez que la oímos en nuestra vida. Si nunca vivimos un día igual, tampoco nunca escuchamos la Palabra en el mismo estado, ni con el mismo ánimo ni la misma necesidad. Ha de aportarnos algo nuevo y resonar en nuestro interior de una manera fuerte y renovadora. Si esto no se da en tu vida es porque la rutina está haciendo estragos en tu espiritualidad y lo primero que has de hacer es apartarla de tu vida, para que tu sed de Dios no se vea apagada.
Ama a los demás, para que así la ilusión por vivir tu fe te lleve siempre al encuentro del hermano. Ya sabes, por experiencia, que las relaciones personales suelen desgastarnos mucho. Si tu amor por Dios lo renuevas siempre, también encontrarás mucha más facilidad para entregarte a los hermanos como lo hizo Jesús. Servir no te costará trabajo, al contario, será para ti un motivo de felicidad, de entrega y de realización personal. Entonces las palabras de Jesús tendrán para ti mucha mayor fuerza: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Si quieres salvar a quienes te rodean y darles todo lo mejor, sírveles. Jesús te ha dado la mejor medicina para que eches la rutina de tu vida: sirve y hazlo con amor. Que los demás nunca te canses; que no haya nadie que te caiga mal; que no juzgues ni critiques a ninguno para que así en tu corazón no entre en ningún momento el rencor, ni el reproche ni el odio.
Sumérgete en la gran aventura del discipulado de Jesús. Merece la pena seguir los pasos de Cristo. Que el Señor toque tu corazón para que sientas cada día el deseo de querer estar con Él y de no dejar que nada ni nadie te separen de su amor.