Seguramente que en más de una ocasión hemos hecho algo de improvisto y hemos tomado decisiones que no esperábamos y que nos han reportado una gran experiencia. Hay veces que cuando hacemos algo que no programamos y sale por sí solo, tenemos una gran experiencia y nos llegamos a sentir felices y realizados porque hemos hecho lo correcto. Si algo nos limita, muchas veces, es el exceso de programación con el que vivimos, pues queremos tener nuestra vida totalmente controlada y saber con antelación todo lo que vamos a realizar. Hay veces que esto no es bueno porque cuando se nos rompen los esquemas y nos cambian nuestros planes, solemos contrariarnos y disgustarnos bastante con quienes nos producen estos cambios indeseados, y tenemos que volver a programarnos y a buscar cómo reconducir lo que nos han desbaratado. Piensa por un momento cuánta energía gastas en situaciones como estas, donde no sueles sacar mucho fruto y mina tus ilusiones, fuerzas y proyectos.
También nos han pedido favores y nos han dicho que hagamos algo de inmediato y nos hemos puesto rápidamente manos a la obra. Sabio es el dicho que dice que si quieres pedir algo a alguien, pídeselo a la personas más ocupada porque seguro que encontrará el momento para realizarlo. Así hemos de ser nosotros también: De los que decimos: “Dicho y hecho”, pues demostrar a los demás que pueden contar y confiar con nosotros con nuestro propio testimonio y forma de hacer es uno de los mejores dones que podemos ofrecer a Dios y a los hermanos. El compromiso y la importancia que le damos a la palabra dada debe ser fundamental en nuestra vida, pues es el mejor escaparate con el que nos podemos mostrar a todos los que nos rodean. A veces hacer las cosas en el momento no es lo mejor, porque también nos puede perjudicar, pero esto no quita que nosotros no nos formemos ni eduquemos en esta sensibilidad tan importante.
Este “dicho y hecho”, lo vemos hecho realidad en el Evangelio: «Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas. Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer. Él les dijo: “Dadles vosotros de comer» (Jn 6, 33-44). Aquí lo fácil es desentenderse, y olvidarse de las necesidades de los demás. Compartir es un verdadero milagro que nos da el ciento por uno. Jesús quiere que nos impliquemos cuando nos piden algo, de hecho en la multiplicación de los panes y los peces así lo estamos viviendo. Quien comparte y se implica en el momento lo hace por amor y es capaz de rechazar la tentación de la pereza, del egoísmo y la desidia, compartiendo y dejando que todo se multiplique.
Jesús quiere que sean los discípulos quienes repartan la comida, para que ellos también sean consciente del milagro de compartir y de ver cómo se benefician los demás. Por eso sigue sus pasos y no te quedes con los brazos cruzados. Toma la iniciativa de hacer lo que te piden y de vivir la vida con intensidad, así saborearás cada momento. No seas espectador, más bien protagonista de la película de tu vida, sin echar balones fuera, pues el evangelio siempre estará ahí para recordarte que tienes que estar al servicio de las necesidades de los hermanos, sin agendas, sin programaciones, sin tiempo; solamente con el deseo de estar cara a cara con Cristo y de poder transmitírselo así a los hermanos.