Vivir nuestro Bautismo conforme al Evangelio, es el gran reto que cada día tengo por delante. El nivel de exigencia que Jesús propone es grande, y, a veces cuesta trabajo estar a la altura porque se pide abnegación, sacrificio, renuncia, y, sobre todo capacidad de perdonar a todos sin hacer acepción de personas. Así lo dice el apóstol san Pedro en casa de Cornelio, centurión romano: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34). Al igual que el Señor no hace distinción de personas conmigo y siempre me acoge, siempre perdona mis pecados cuando arrepentido le imploro su misericordia y derrama su gracia sobre mí, así tengo que hacer yo cada día, por mucho que me cueste, con los que me rodean: no hacer distinción ninguna y aceptar y acoger a todos en mi corazón siempre.
El reto del bautizado es vivir como Jesucristo, sin poner ningún tipo de excusa a la autenticidad. El Señor ha derramado el Espíritu Santo abundantemente sobre nosotros (cf. Rom 5, 5) para demostrarnos su amor a través de la muerte de Jesús en la cruz. Por eso nuestro bautismo es de Espíritu Santo y fuego, porque tenemos que purificarnos y convertirnos cada día, tratando de erradicar nuestras debilidades y faltas para que así podamos ser dignos discípulos de Jesús.
Juan bautizaba con agua y el Señor Jesús con Espíritu Santo. Aunque es el agua la que se derrama sobre nuestra cabeza, y una de sus propiedades es la de purificar, el cariz especial que la Iglesia le da a través del sacramento es esencial, porque es el Espíritu Santo el que nos hace hijos de Dios, nos llena de su Gracia y nos inspira para poner en práctica la Palabra de Jesús. Así nos convertimos en compañeros de camino y sobre todo no queremos ser lastre para la comunidad, sino que queremos tomar partida en la Historia de la Salvación en la que nos hemos adentrado para seguir haciendo realidad el Reino de Dios. Esta es la huella que queremos dejar en los hermanos, la del amor de Dios traducido en los gestos de cada día cargados de Su presencia y llevando a cada corazón lo que el Señor revela en el momento propio del Bautismo de Jesús: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Lc 3, 22).
El Señor ha señalado claramente el camino a través de Jesucristo, y Él nos ha revelado el rostro de Dios, nos lo ha dado a conocer. El Señor ha tomado partido de la historia y nos ha dicho lo que tenemos que hacer. La hoja de ruta está muy definida en la Biblia, donde manifiesta Su voluntad. El Señor ha decidido servirse de lo humilde, de lo que apenas cuenta: «La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará» (Is 42, 3). Lo que no destaca ni hace ruido, lo sencillo, quien no llama la atención y parece que está débil y cuenta poco a los ojos de los demás… es en quien se fija el Señor. En el silencio es donde se revela, no en el ruido.
Señor, dame tu Espíritu para que pueda servirte con todo mi corazón.
Que, en lo escondido, donde nadie me ve, sea capaz de servirte con todo mi corazón y todas mis fuerzas.
Quiero ser tu instrumento para hacerte presente allá donde te encuentre.
Que pueda buscarte en los pequeños detalles y poner en ellos todo mi corazón.
Ayúdame a ser digno del bautismo que he recibido y que me ha hecho hijo tuyo.