Perdonar y no tener en cuenta el mal que te hagan. Qué fácil resulta predicarlo y lo que humanamente cuesta llevarlo a la práctica. Si algo he aprendido en mi vida de sacerdote es a hacer las cosas y procurar tener siempre la conciencia tranquila ante el Señor, buscando actuar sin perjudicar a nadie ni aprovecharme de nadie. De hecho, este es uno de mis lemas con los cuáles quise iniciar mi sacerdocio y quiero seguir llevando a la práctica cada día de mi vida. Entre otras cosas porque siempre me he propuesto dormir con la conciencia tranquila, siendo consciente de que en la vida y en una parroquia es imposible contentar a todo el mundo y caer bien.
Yo sé que no soy perfecto, porque soy un pecador, ya lo dice el mismo Cristo: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra» (Jn 8, 7), y comprobando cada día cómo es la misericordia del Señor desde el ministerio sacerdotal, soy consciente de las flaquezas del ser humano. Por eso desde un corazón agradecido por lo misericordioso que es Dios le pido cada día que me ayude en mi camino de perfección, aunque sé que todavía me queda mucho camino por recorrer.
En estos años he aprendido a ser paciente y a dejar que los acontecimientos vayan sucediendo, porque cuando las actitudes son nobles perduran en el tiempo y cuando no lo son al final terminan desvaneciéndose. Esto me lo dejó claro una de las primeras veces que escuché este pasaje de la Biblia cuando el Sanedrín se plantea perseguir a los cristianos y Gamaliel toma la palabra y dice: «No os metáis con esos hombres (Pedro y Juan); soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios» (Hch 5, 38-39). Para mí es importante celebrar la Eucaristía en paz, y como dije en la misa de mi XX aniversario sacerdotal, son muchas las ocasiones en las que he experimentado en ésta el consuelo y la fortaleza del Señor para no desanimarme a pesar de los obstáculos que me he encontrado en mi camino. Dios siempre nos cuida y todo lo que tiene que salir del corazón deben de ser siempre buenos sentimientos hacia los demás y no dejar que el demonio entre para difamar, insultar, juzgar y criticar a los demás… para que los enemigos no se nos hagan más enemigos y el rencor no endurezca nuestro corazón.
Valora la Gracia de Dios en tu corazón y cuídala al máximo, para que el rencor no se haga fuerte en tu interior y el Señor te llene de su paz en todo momento, así cada dificultad la podrás transformar en ocasión para aprender y crecer. No dejes que la inquina se apodere de ti, ni mucho menos anide en ti. Te hará mucho daño y te empobrecerá espiritualmente. Recordemos que según tratamos a los demás, así estamos tratando al mismo Cristo.
Gracias Señor por ayudarme a confiar en ti.
Ayúdame a seguir agarrándome fuerte a ti en medio de las dificultades.
Que no desfallezca en mi búsqueda diaria de tu Rostro y que siempre te encuentre.
Gracias por cuidarme y mostrarme el camino que me conduce a Ti.
Que nunca me aleje de tu lado para mantenerme siempre fiel.
Tú Señor me conoces, sabes lo que guarda mi corazón.
Gracias por bendecirme cada día.