Cuando un tren pasa ya no vuelve atrás. Son muchas las oportunidades que dejamos pasar a lo largo de nuestra vida, que nos ayudarían a vivir de una manera más comprometida y auténtica, siendo más fieles a nuestros principios e ideas. Cada vivencia va marcando nuestra vida, unas más profundamente y otras menos. Todo lo que hacemos va dejando su huella en nuestro camino y hemos de procurar que esas huellas nunca se borren ni se pierdan, sino que dejen una clara impronta de lo que somos y vivimos. Todos damos valor al esfuerzo, por muy pequeño que sea; valoramos nuestro esfuerzo y la dedicación que damos a nuestros compromisos. En ocasiones, para seguir adelante, necesitamos constatar que nos encontramos caminando en la dirección adecuada y que los esfuerzos que estamos realizando no son en vano. Dios no nos cuestiona porque nunca se pone a la defensiva, siempre disculpa, perdona y da nuevas oportunidades; no se cansa de perdonarnos ni de ser paciente.
Es muy triste ver cómo hay oportunidades que vamos dejando pasar y no aprovechamos todo lo que tenemos a nuestro alcance. La comodidad en la que nos sumergimos va pesando en nuestra vida, y al final realizamos aquello que nos resulta inevitable. Para Dios ninguno somos fruto de la casualidad. Él no espera que llegue el último momento para actuar, sino que nos tiene presentes y a cada uno nos llama por nuestro nombre. Somos elegidos de Dios y desde el seno de nuestra madre ya nos había elegido y pensado (cf Jer 1, 4-5). Dios no se cansa de nosotros, en cambio nosotros a menudo solemos cansarnos de Dios y darle de lado ante las muchas ocupaciones que tenemos. Nuestra vida de fe no puede ser algo más, ha de ser el mayor de los tesoros que tenemos que esforzarnos por conservar. Si hay un regalo maravilloso que Dios nos hace es el poder sentir en nuestra vida la fuerza que la Palabra de Dios tiene. Ésta supera todo proyecto humano y rompe todos los esquemas que nos podamos crear. A veces nos asusta porque nos sabemos limitados e insignificantes ante la inmensidad de Dios; otras veces podemos vernos superados porque la fuerza que tiene la Palabra arrastra todo lo que encuentra su camino y hace nuevas las cosas. Dios siempre nos llama, quien es fiel y está atento a su llamada siempre responde con generosidad. Nuestro camino es de conversión y hemos de estar atentos a todos los nuevos brotes que en nuestro entorno y por donde pasamos van surgiendo, porque el Señor siempre llena de esperanza y de vida sus caminos.
Somos caminantes y vamos compartiendo experiencias con quienes nos rodean. Podemos pasar desapercibidos y no hacer ruido; lo que no podemos es pasar sin dejar huella. El amor nos permite sembrar y calar en los corazones de los demás. Compartir es sembrar y dejar en las manos de Dios que la cosecha dé frutos sin preocuparnos demasiado si nosotros la recogeremos o no. Siéntete parte del proyecto de Dios y vívelo cada día. La pasión y la intensidad con la que has de vivir se traduce en lo que disfrutas del momento que estás viviendo, de las personas con las que te encuentras y de las acciones que estás realizando. Ahí es donde puedes poner a Dios y servirle con tu corazón. Porque así es como se aprovecha cada momento y vas dando pasos en tu vida de fe que te permiten acercarte a Dios entregándote en persona desde el amor.
Si algo nos enseña Cristo desde la Cruz es a amar:amar a Dios porque somos fieles a la misión que nos ha encomendado y obedientes; y amar a los demás porque es lo que nos ha pedido, que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. El amor sólo tiene un límite, que es el de dar la vida por los demás. Y esa es nuestra misión, anunciar a todos el gran amor que Dios nos tiene y cómo muchas veces los hombres nos empeñamos en apagarlo a través de tantas situaciones pecaminosas e individualistas que terminan apartándonos de su lado. Dejar que pasen los trenes de Dios en tu vida, es dejar que pase de largo su amor.