Dios quiere seguir escribiendo cada día en tu vida las cosas más bellas que existen en el universo. Déjale que te ayude y no tengas reparo en que llene tu vida de Él. Sinceramente, es lo mejor que te puede ocurrir, por el mero hecho de que te ama y para Él lo eres todo. Déjate querer para que tu vida desborde alegría. Dice el libro del Apocalipsis: «Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (Ap 3, 3). El Señor no te quiere lejos, sino cercano; no quiere que pases de largo, sino que te detengas y le abras las puertas de tu corazón y de tu vida para entrar de lleno; no quiere que te encierres en ti mismo, sino que mires a tu alrededor contemplando cómo actúa en la vida de los demás y cómo da sentido a la vida de los que en Él han puesto su confianza.
Detente unos instantes y mira en torno a ti. Ahí está Dios esperándote con los brazos abiertos. Ábrete a Él y cuéntale todo lo que tienes dentro, no te dejes nada; y después escucha todo lo que te tiene que decir, porque también quiere aconsejarte, iluminarte, ayudarte a transformar lo que no está bien dentro de ti y llenar tu vida de sentido y alegría. Hay veces que escuchar a Dios no es fácil, porque tenemos mucho ruido dentro de nosotros…, y poco a poco hay que eliminarlo, para que así puedas sentir el calor de Dios en tu corazón. Y Dios quiere hablarte con claridad, sin engaño y sin tapujos: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: “Yo soy rico, me he enriquecido y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo.» (Ap 3, 15-17). Estas palabras han resonado fuertemente en mi interior durante estos días, porque es fácil vivir la fe con tibieza y no poner toda la carne en el asador. La comodidad, el estancamiento y la fuerza de las inercias de este mundo pueden hacerte fácilmente vulnerable y te crees el dueño y señor de tu vida, capaz de hacer lo que te plazca, sin necesidad de contrastarlo con Dios porque no es necesario, como lo hemos callado no tenemos ningún interés en escucharlo. Y ni nos damos cuenta de lo que estamos haciendo. Muy fuerte escuchar decir que eres digno de lástima…, pero es lo que a veces nuestro comportamiento refleja porque seguimos obcecados en nuestros criterios y formas, pensando que estamos en la razón y en la verdad, sin mirarnos dentro porque nuestra soberbia no nos permite reconocer que estamos equivocados, que necesitamos a Dios y que solos no podemos, ya que son muchas las situaciones que nos superan.
Por eso dice el Señor: «Te aconsejo que compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas. Yo a cuantos amo reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 18-20). ¡Qué grande es el Señor! Como buen médico nos da la medicina para que recobremos nuestra salud espiritual y nos repongamos de nuestras enfermedades del alma. Nunca nos deja solos ni abandonados. Nos llama a la conversión, a que nos adhiramos a la verdad y a que nuestra vida sea una referencia espiritual ante todos; pues no podemos ser espectadores, si no los actores imprescindibles para que todo cambie y Dios sea el centro. ¡Qué importante es el celo! Así la pasión, la entrega, el servicio, la búsqueda constante, la transformación de nuestro mundo será posible porque tú eres valedor de ella y por amor a Dios e identidad cristiana la vivirás porque la llevas muy dentro de ti. Es un gran reto el que el Señor ha puesto en nuestras manos, y somos cada uno quienes tenemos que escuchar la voz de Dios en medio de tantas voces, atendiendo a lo que nos pide, abriendo nuestro ser y nuestros afectos, para encontrarnos con Él y así poder ser expresión del Amor de Dios allá donde estemos. Necesitamos dejar de escuchar las otras voces que silencian la voz de Dios e impiden que el Evangelio sea una realidad palpable, con frutos concretos y con una apuesta personal de no silenciarlo ante tantas realidades que quieren expulsarlo para vivir más cómoda y plácidamente. La Palabra de Dios es esa espada afilada que nos corta para purificarnos y para brillar desde la humildad y el servicio en medio de nuestro mundo consumista y material. Por esto, constantemente necesitamos del amor del Amigo que nunca falla, que nos reprende y corrige en un gesto de amor para que encontrándonos con Él podamos sentirnos plenos y realizados, llenos de su Amor, para compartirlo, entregarlo y derramarlo en todo momento y en cada persona que nos rodea.
Dios quiere seguir escribiendo en tu vida cada día, no tengas miedo en dejarle. Todo lo hace bien.