Hemos comenzado la Cuaresma y deseo con mucho fervor que lo que te has propuesto para vivir durante estos 40 días, puedas llevarlo a la práctica en tu vida cotidiana. No empieces abandonante ya, acabamos de comenzar, y es momento de que te demuestres a ti mismo que puedes seguir los mismos pasos, la misma huella que hasta ahora has tenido presente en tu vida. Eres capaz de avanzar, no te rindas a la primera de cambio. Demuéstrate a ti mismo que puedes, que la Cuaresma merece la pena, porque es un tiempo especial para convertirte, para mejorar en todos los aspectos de tu vida en los que necesitas un cambio, un avance. Para entrar en la fiesta del Señor, de la Resurrección, primero hay que pasar por el ayuno, por una preparación especial que te ayude a saber el verdadero significado de la ascesis y de la renuncia.
Vivimos acostumbrados a no privarnos de nada, a dejarnos llevar por lo que nos apetece, por lo que más nos favorece. El ayuno es una preparación espiritual para sentir la verdadera hambre de Dios, el deseo de querer estar con Él y poder entrar en su fiesta, en el banquete de la Eucaristía. Con el ayuno nos esforzamos por renunciar a lo que nuestro cuerpo desea, a las seducciones que se ponen delante de nosotros y que nos hacen caer en el pecado, apartándonos de Dios. Muchas veces para renunciar a lo malo, a lo que nos aparta de Dios necesitamos un entrenamiento. Este entrenamiento lo realizamos cuando nos ejercitamos a la renuncia de las cosas buenas y apetecibles. A lo que nos produce beneficio, placer y deseo.
Pero el ayuno no es sólo esto, es también una ayuda para el alma que desea estar y disfrutar de las cosas de Dios; porque el alma se abre a la gracia del Señor y nos vemos reconfortados con su presencia. Hemos de ejercitar la voluntad, y lo conseguimos cuando somos capaces de renunciar a nuestros propios placeres y pasiones. Dios se sirve de todo y quiere que hagamos su voluntad. En nuestra lucha entre los frutos de la carne y los del Espíritu (cf Gal 5, 16-23) hemos de saber cuáles son nuestros ideales, y a quien obedecemos, si a nuestro cuerpo o a nuestra voluntad. Quien está acostumbrado a renunciar está habituado a ayunar, porque es capaz de renunciar a sus propias pasiones, y su cuerpo anuncia y habla desde el dictado de la voluntad. Que en tu vida sea más poderosa la voluntad, para que puedas tener una vida ordenada.
A través del ayuno puedes abrirte a la presencia del Señor, porque así sientes hambre y deseo de Dios. No hay cosa más bella que tener deseo de Él; deja que te ayude a hacer el bien, a caminar por las sendas del amor y del servicio. Que el hambre física que puedas tener lo puedas convertir en hambre y sed de Dios. Cuida tu ayuno para que sea “in crescendo”: porque no se puede lograr desde el primer momento y sin esfuerzo la perfección. Al contrario, has de buscar a Dios en lo sencillo y en lo secreto. Si quieres ayunar comienza rezando, dedicándole a Dios tu tiempo. No todos los milagros se dan de la noche a la mañana. Más bien todo lo contario, necesitan un proceso, un camino hecho a base de paciencia y perseverancia. Cada encuentro con Dios cárgalo de profundidad y de amor, para que puedas sacarle el máximo provecho y constates que merece la pena cualquier sacrificio hecho por el Señor, porque Él te lo devuelve colmado de bendiciones.
El ayuno te ayuda a desprenderte de lo mundano. Algunas veces anteponemos los dones y sus bondades al mismo Dios, y corremos el riesgo de caer en la autocompasión, porque parece que renunciamos por mérito nuestro y no por ofrecimiento al Señor. Por esto es importante el ayuno, porque queremos ante todo servir y estar bien dispuestos para lo que el Señor nos pida y así dar una lección a nuestro propio cuerpo que siempre nos pide más de lo que necesita. Que este inicio de Cuaresma te ayude a caminar con fervor y total dedicación. Que el ayuno te ayude a desprenderte de las cosas de este mundo y así no tengas ningún tipo de dependencia.