Al día siguiente de Pentecostés los discípulos de Jesús siguieron predicando con fuerza y valentía que Jesús había resucitado. Lo hacían con la alegría que les proporcionó el Espíritu Santo y que ellos se esforzaban con conservar, cuidando su vida espiritual y llevando a la práctica cada una de las palabras que habían escuchado por boca de Jesús y que tenían bien guardadas en su corazón. ¿Qué es lo que tú tienes guardado en tu corazón? Son muchas las vivencias, sentimientos, percepciones, gozos, fracasos…, que tienes dentro de ti y que Jesús bien conoce. Puedes ser reservado o extrovertido, puedes contarlo todo o sólo lo que consideras, pero Jesús lo conoce todo y sabe cómo te sientes y qué necesitas en cada momento de tu vida. Por este motivo, déjate llevar por Él, no te escondas nada y no le des largas, posponiendo encuentros, tan necesarios y especiales, que te ayuden a abandonarte y así vivir ese amor tan especial que es el que Dios nos da.
La vida de los discípulos después de Pentecostés no estuvo exenta de dificultades, pero ya no las vivían de la misma manera, porque era el Señor quien iba por delante de ellos. Deja que el Señor Jesús vaya delante de ti. No te preocupes por tenerlo todo controlado, porque hay cosas de tu vida que no entiendes y que te están martirizando; el Señor siempre te levanta cuando estás caído. No eres tú quien tiene la fortaleza y la esperanza y la usa cuando quiere; es el Señor Jesús quien te las da y te ayuda a que, con paso firmes, avances en tu vida, con la mayor certeza que tiene un creyente: que Dios siempre va a tu lado, aunque tú no lo veas, no lo sientas, y, si me apuras, estés renegando de Él. No permitas que se endurezca tu corazón. No vayas de “sobrao” por la vida, creyéndote el más duro, importante o necesario. Tu vida no es tuya, no te pertenece; le pertenece a Él que es el Dios de la Vida y del Amor y que quiere ayudarte a cambiar tu corazón. Para ver a Jesús en el día a día has de llevarlo en tu corazón. De nada sirve ser cristiano si uno no vive como cristiano; ser discípulo si no vives como discípulo. Con la ayuda del Espíritu Santo podrás hacer que Jesús viva, renazca en ti y la Resurrección no sea solo cosas del tiempo de Pascua, sino que lo vivas cada día con la certeza de que Cristo nunca te abandona porque es fiel.
No dejes que nada te quite la paz. La paz no consiste en solucionar los problemas que puedas tener, más o menos graves, sino en no perder el Espíritu Santo. Por eso invócalo siempre y pídeselo a Dios Padre, para que sientas la verdadera liberación, tan necesaria cuando se tienen problemas, y que no consiste en que Dios te libera de ellos, sino que te libera en ellos. Recuerda el relato de Jesús dormido en la barca, y los discípulos asustados porque el mar estaba violento. Llenos de miedo despertaron al Maestro porque pensaban que se hundían, que todo estaba perdido. ¿Cómo es posible que Jesús esté dormido, cuando en una barca pequeña se escuchaban los gritos y los miedos de los discípulos y el mar arreciaba violentamente contra ella? (cf. Mt 8, 23-27). Porque así es la manera de actuar del Señor: ante los problemas, ante las grandes olas que te remueven y zarandean bruscamente, no hay que perder la paz ni la calma, porque Él está contigo en tu corazón. Invócale, pídele que te ayude y de serenidad a tu alma para que, encontrando la armonía en tu vida puedas descansar en el Señor y afrontar con esperanza cada momento de tu vida, especialmente aquellos que no entiendes.
Busca a Cristo y al Espíritu Santo siempre, no grites pensando que así es como te mantendrás a flote en tu vida y que así sobrevivirás. La manera de tener tranquilidad no es huyendo ni alejándote de la tempestad, sino que es abandonándote en las manos de Jesús, haciendo ese acto de fe que llene tu vida de paz y armonía, y así podrás afrontar cada adversidad desde la esperanza, con la certeza de que con Cristo a tu lado tu corazón no tiembla (cf. Sal 27, 3).