A todos nos gusta hablar y opinar sobre muchos temas. Hay veces que cuando opinamos parece como si fuésemos expertos en los temas, pues parece que entendemos de todo y llegamos a expresar que nosotros lo podemos hacer incluso mejor también. Y aunque no lo digamos a nadie, al menos lo pensamos. Lo cual demuestra un poco de envidia y orgullo por nuestra parte pues parece como si nos creyéramos superiores.
Otras veces cuando realizamos comentamos o criticamos a los demás podemos caer en el riesgo de dejarnos llevar por el morbo, porque hay momentos en los que nos recreamos y hasta disfrutamos de lo que decimos y escuchamos sobre los demás. Tenemos que estar atentos ante estas conversaciones porque luego condicionan y predisponen nuestra conducta y nuestra manera de ver al otro. Todo nos influye y cuando se trata de algo negativo, mucho más, pues ya se da la sospecha y ha entrado de una forma muy sutil la desconfianza en nuestro corazón.
Sabemos que esto no es justo, y no podemos olvidar que criticar a una persona es una tarea muy fácil y simple, pues en la diversidad está la riqueza si lo sabemos hacer bien, pero también está la separación y la distancia, pues hace que lleguemos a sacar lo peor de nosotros mismos cuando los demás se convierten en nuestros enemigos. Y bien sabemos por experiencia que del amor al odio hay un paso muy pequeño donde las consecuencias pueden llegar a ser tremendas, incluso trágicas, pues con la ruptura se puede llegar al rencor y al odio, y esto precisamente nos mata.
Hay que estar muy atentos para no caer en estos comentarios fáciles y dañinos que tanto mal hacen a nuestro alrededor. Tenemos que ser fuertes y estar atentos para no dar pie a ellos.
El apóstol Santiago lo dice muy claro: «Lo mismo pasa con la lengua: es un órgano pequeño, pero alardea de grandezas. Mirad, una chispa insignificante puede incendiar todo un bosque. También la lengua es fuego, un mundo de iniquidad; entre nuestros miembros, la lengua es la que contamina a la persona entera y va quemando el curso de la existencia, pero ella es quemada, a su vez, por la gehenna» (Sant 3, 5-6). Podemos hacer mucho daño con lo que decimos y más cuando se trata de rumores o de comentarios que hemos escuchado. Si en nuestras conversaciones hay muchos espacios para las críticas y los comentarios, entonces corremos el riesgo de que nuestro corazón se esté endureciendo rápidamente y perdamos esa sensibilidad de estar atentos a las necesidades de los demás, expresión de nuestra misericordia, amor y servicio que somos capaces de dar.
Seguramente hemos visto alguna vez un incendio. El fuego tiene un gran efecto devastador y destructor, pues resulta incontrolable, a pesar de que los medios que ponemos los hombres para controlarlo son importantes. También hemos visto lo contrario del fuego, lo bueno que nos aporta: calor, podemos cocinar, luz… La versión negativa y positiva del fuego, como la versión negativa y positiva de nuestra propia lengua. La lengua puede ser esa espada afilada que mata y también puede convertirse en una medicina que sana y cura.
Por eso estás llamado a elegir en qué lugar te quieres ubicar. Aquí no vale estar en los dos bandos. O curas o matas. Esta actitud depende de ti y de nadie más. No te dejes llevar por el morbo del momento, por el daño u ofensa que te hayan hecho, por mucho que necesites desahogarte, para esto no hace falta criticar ni juzgar a nadie, ni mucho menos hacer que otros caigan en esta trampa del comentario fácil e injusto, por mucho que te quieran. Tampoco te dejes influenciar de quien no te quiere bien cuando te mete en una conversación de este tipo. Así sólo destruyes. Y Jesús te ha elegido para construir y poner en práctica el evangelio del amor. Si tu experiencia del amor de Dios es grande superarás esta tentación y tu corazón y tu alma bendecirán y alabarán. Estarás atento y rechazarás estas actitudes que son tentaciones. Cierto que somos pecadores y podemos caer, pero no olvides que con Cristo a tu lado esto es posible y Él es el único que te puede ayudar a contener y apagar el fuego de tu lengua.