Verdaderamente la fe mueve montañas. No podemos ignorar la fuerza que tiene la oración y la capacidad de transformar los corazones de las personas, comenzando por el nuestro. La oración tiene poder, si nos lo creemos y si rezamos con fe. Jesús nos ha enseñado a rezar para que nos comuniquemos con Dios y podamos llenar nuestra vida de Él. Bien sabemos de la importancia de la oración para mantener nuestra vida. No te abandones, no pienses que Dios ya sabe lo mucho que crees en Él y que le amas. Necesitas pasar tiempo con el Señor para experimentar de verdad el verdadero significado de la oración y lo que te enriquece y aporta. No se trata solo de hacer las cosas bien, ni de ser buena persona; si aspiras solo a esto vivirás tu fe mediocremente. Necesitas trabajar fuertemente tu vida de oración, por mucho que te cueste. Aunque al principio te suponga un esfuerzo soberano, con el tiempo llegarás a comprender, entender y experimentar que ha merecido la pena, pues cada día verás los frutos y lo que te aporta de bueno en tu vida.
Dios desea estar y permanecer en tu corazón, te quiere a ti en primera persona, no quiere tu trabajo, esfuerzos o proyectos. Te quiere a ti. No quiere que te escondas, como hicieron Adán y Eva en el Edén (cf. Gn 3, 8), sino que salgas siempre a su encuentro ofreciéndole tu corazón para que pueda habitar en él. El templo que quiere Dios es tu corazón, no edificios materiales. La mayor belleza que Dios ha creado ha sido el hombre, a su imagen y semejanza, por eso Dios nos ama tanto, porque nos ha dado la vida, soplándonos en la cara para darnos el “aliento de vida” (cf Gn 2, 7). Por “aliento de vida” entendemos el ánimo, la ilusión, la esperanza, la riqueza que Dios nos quiere transmitir para que seamos felices, nos sintamos plenos y podamos dirigirnos a Él con la confianza de sentirnos y ser sus hijos.
Que la confianza en Dios te lleve a rezar por tus problemas y no pedirle a Dios que te los solucione; porque al rezarle a Dios por ellos estaremos diciéndole que confiamos en Él y que lo ponemos realmente en sus manos, pues sabemos que no nos va a defraudar. Ante los problemas no se trata de cuánto rezamos o de si creemos si Dios nos ha escuchado o no, más bien se trata de confiar en Dios y de tener fe en Él. A Dios no hace falta repetirle las cosas una y otra vez, basta con que se lo pidamos una vez. Reza con fe y confía en que Dios te va a ayudar, en su tiempo, no en el tuyo. Que no te pueda la impaciencia. Dios te habla de la manera que menos te esperas y te sorprende en el momento más insospechado que puedas vivir.
Dice Jesús en el Evangelio: «Cuándo recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (Mt 6, 7-8). Así es como nos quiere el Señor, bien organizados; para que todo lo que tenemos que realizar sea desde el corazón y el amor. Agradecidos a Dios por todo lo bueno que aún está por hacer, por ese corazón tan grande que nos has dado. Acércate a Jesús con humildad, siendo consciente de que la debilidad humana es lo que mas nos destruye y anquilosamos. Muchas veces en la oración nos presentamos con el testimonio de enfermos, personas débiles, personas heridas profundamente, que están necesitados de la grandeza de Dios. La oración no puede ser una curiosidad o una rutina, porque Dios sabe lo que necesitamos en cada momento. Que tu vida de fe te lleve a experimentar la plenitud. Dios escucha tus palabras, escucha tu corazón porque te ama.
Confía en la oración, en su poder y en todo lo que te puede aportar, pues es el cauce directo entre Dios y los hombres, la oración da, una vida espiritual seria y profunda que te permite descubrir las maravillas de Dios en la vida cotidiana. Deja que tu oración sea como el grano de mostaza, que de tanto fruto que los gatillazos sean más fáciles qué otros.