Son muchas las ocasiones en las que decimos que estamos cansados de personas, situaciones u obligaciones que tenemos que realizar. Los aconteceres cotidianos marcan nuestros estados de ánimo y desgastan nuestras ilusiones y los buenos deseos que podemos tener de cara al futuro. También las debilidades de los demás nos cansan y nos hacen perder la paciencia, dificultando el poder aceptarles tal y como son, pues se hace más difícil la convivencia y el poder avanzar juntos poniéndonos de acuerdo. Es fundamental el diálogo para no sucumbir ante la tentación de abandonar. No te dejes llevar solamente por lo que tú crees, desde la altura con la que tú miras las cosas. Es necesario tomar distancia para mirar tu realidad desde otra perspectiva, si puede ser, mucho más alta, para tener una mejor visión de todo lo que te está ocurriendo. Motivos para creer que estás en lo cierto y cargado de razón no te van a faltar, pues siempre vas a poder argumentar desde tu realidad y tu visión, cómo te sientes y cómo estás viviendo tu vida, se lo cuentes a quien se lo cuentes. Todo depende del color del cristal con el que mires las cosas. Pues no te sumerjas en el cansancio para argumentar tu punto de vista, porque te llevará a encerrarte más en ti mismo y no tener ni la valentía ni el coraje de dar pasos en la buena dirección.
Seguro que revisando tu vida encontrarás causas y motivos que provoquen fatiga en tu caminar. Una fatiga que no tiene nada que ver con la que experimentó Jesús en su encuentro con la samaritana: «Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”» (Jn 4, 6-7). Cuando el sol está en lo alto; cuando el peso del día y del calor se hace más insoportable, es cuando te bloqueas y no eres capaz de avanzar ni mirar hacia delante. Parece como si todo se volviese más confuso y las dudas se hacen fuertes, tu empuje se debilita y tus fuerzas pierden poder para avanzar, empiezan a tambalearse tus seguridades y te dejan totalmente paralizado. Para esto es importante saber mirar hacia delante y poner tu mirada en aquellos lugares a los que puedes dirigirte para encontrarte con el Señor,que quiere dialogar contigo en la intimidad. Procúrate tus espacios de intimidad con Dios, donde nadie os perturbe y donde seas capaz de sincerarte con Él, porque lo necesitas.
La fe se desgasta, se degenera y en tu interior comienzas a sentirte vacío, te empiezas a desilusionar, pierdes fuerza y comprometerte, cada vez, te cuesta más trabajo. Por eso has de ser valiente, como el Señor Jesús, que pidió a la Samaritana agua para beber. Jesús lo pide, no porque a Él le haga falta renovar sus esperanzas, su ánimo, su ilusión…, sino que lo pide para enseñarle a pedir y a abrirle su corazón para que renueve su esperanza cansada y pudiera volver sin miedo al pozo de su primer amor. Es en ese pozo donde te encuentras con Cristo y te sientes enamorado de Él; elegido para seguirle con toda la fuerza del mundo; ilusionado e identificado con el proyecto del Evangelio que el Maestro anuncia. Déjate purificar y comparte todos los dones que el Señor te ha regalado y así llegarás a transformar tu esperanza cansada y fatigada, en una oportunidad de encuentro donde te sientes renovado y lleno del amor de Dios.
En el pozo todo se renueva y el encuentro con Jesucristo es el que transforma la vida y te sacia de la sed. Ya no hay que buscar en otras fuentes, porque en el Maestro está el verdadero manantial que sacia y da sentido a toda tu vida. Así descansar en el Señor tiene más sentido todavía, porque en el diálogo sincero es donde se abre el corazón, donde entra el amor de Dios y donde el encuentro con el hermano merece la pena, porque Dios se hace presente: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Piensa, habla, actúa y vive en el nombre de Cristo, porque así el pozo del encuentro, como el de la samaritana, te llevará a sincerarte con el Señor y dejar que sea Él quien te ayude a descansar y sentirte reconfortado. En tus manos está.