La Eucaristía nos llama a hacer memoria de una vida entregada desde la radicalidad de la Cruz. La Cruz es entrega, es llevar un estilo muy concreto de vida donde nos entregamos a los demás por amor y vivimos desde la gratuidad total. Sin buscar ni pedir respuestas, sino siendo obedientes a los que el Señor Jesús nos dice en el Evangelio, que tenemos que hacer vida para que realmente hagamos memoria de Él, que por amor nos ha enseñado y enseña a morir por los demás buscando siempre lo mejor para ellos. Cierto que hay veces que nos resulta demasiado difícil entenderlo y ponerlo en práctica, pero no está en nosotros el buscar razones y el querer saber. Sabemos desde el comienzo de los tiempos que la curiosidad y el deseo nos llevaron al pecado original por parte de nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gen 3). La desobediencia a Dios y el querer cuestionar lo que nos dice y pide hace que pongamos a Dios en un segundo plano en nuestras vidas y terminemos matándolo en nuestros corazones a través del pecado. Entonces la Eucaristía deja de tener sentido, porque se convierte en algo vacío, que no alimenta nuestra alma ni nos da luz. Hemos de aspirar siempre a algo más. A Dios mismo.
El apóstol san Pablo se lo dice a los Corintios: «Los judíos exigen signos, los griegos sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero para los llamados – judíos o griegos –, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 22-25). En la vida de fe, en la vivencia de la Eucaristía, necesitamos ver con claridad para poder creer. El problema es que los sentidos, la razón, muchas veces puede más que la fe, y en las cosas de Dios los sentidos y la razón, no sirven. Debe ser fe la que ilumine nuestro caminar. Debe ser la fe la que nos permita encontrarnos con el Señor y postrarnos ante Él, para así “hacer memoria”, traer al presente, a nuestra propia vida lo que el Señor Jesús hizo en la Cruz por amor hacia nosotros. Así actualizamos el sacrificio de Jesucristo que ha de dar sentido a nuestra vida cada vez que nos acercamos a comulgar. Y la comunión nos hace mucho bien, pero no podemos recibir al Señor de cualquier manera. No puede ser vivir nuestra vida al margen de la fe y luego comulgar cuando nos interesa. Para que la comunión sea eficaz se tienen que dar los pasos necesarios para recibir al Señor de la mejor manera posible. Hemos de estar en Gracia de Dios y para esto hay que confesarse.
Por mucho que cuestionemos a Dios o le queramos hacer inferior a nosotros, negando incluso su existencia, todos somos llamados, porque como dice el apóstol san Pablo en Jesucristo encontramos la fortaleza y la sabiduría necesaria para afrontar la vida y lo que esta nos trae. La fortaleza y la sabiduría la encontramos mirando y contemplando la Cruz. He dicho muchas veces que hemos de pasar tiempo delante del Sagrario para encontrarnos con el Señor en la Eucaristía y hoy digo también que hemos de saber contemplar a Cristo Crucificado, en ese gesto de amor inmenso, al entregarse para salvarnos sin pedirnos nada a cambio. Jesucristo no quiere tratos con nosotros. Dios no entra en este juego de ahora me viene bien y te amo y ahora no me viene bien y me olvido de ti porque tengo muchas cosas en mi cabeza. En nuestra libertad Cristo nos pide que optemos y hagamos una elección radical siguiendo sus pasos y poniendo en práctica todo lo que nos ha enseñado en el Evangelio.
La autenticidad la adquirimos cuando vivimos como creemos y así lo corroboran nuestros actos. A mayor puesta en práctica del Evangelio, mayor radicalidad de nuestra vida. Y nuestro momento llega hoy, precisamente en este Domingo, Día del Señor, donde una vez más tenemos la oportunidad de vivir nuestra fe y de sentir esa sed de Dios para acercarnos a comulgar. Que esta sed de Él te lleve a comulgar más de un día a la semana y la Eucaristía sea el alimento diario que recibes para que tu vida de fe cada vez sea más parecida a lo que Jesucristo nos enseña en el Evangelio.