¡Qué hermoso es contemplar cómo Dios actúa en las personas! Compartir la misma fe, tener experiencias profundas de Dios nos acerca a los demás. Basta con hablar de tu experiencia de fe para ver cómo el Señor te une al corazón de los que creen y viven como tú, o al menos lo intentan, procurando mantenernos fieles a Dios poniendo en práctica el Evangelio en nuestra vida. Nada pasa desapercibido a los ojos del Señor, que nos conoce y escruta nuestro corazón día a día. Hablar desde la fe es hablar desde el corazón, estando dispuesto a transmitir todo el amor que Jesús te ha regalado, que es mucho. Por eso cuando uno habla desde el amor de Dios, no hace falta esforzarse para convencer, porque todo fluye por si solo, y la sintonía que se crea con los hermanos que comparten tu misma fe es especial, porque viene dada por Dios, y todo lo que viene de Él, bien sabemos que es muy bueno.
Confía en el Señor y procura mantenerte fiel. La fidelidad nos exige ser fuertes, mantenernos firmes, perseverar en nuestros esfuerzos y no dar pie ni al cansancio ni a la rutina. Por eso dice Jesús: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios” (Jn 6, 27). Tu meta no puede estar puesta en lo inmediato, en lo fácil y cómodo; tu meta ha de aspirar a la vida eterna, al encuentro definitivo con Cristo. Dejarte llevar por lo material, por lo inmediato es debilitar tu vida de fe. La vida ascética es importante porque te mantiene despierto, hace que puedas rechazar en todo momento las tentaciones seductoras que vienen del mundo y que dispersan tu centro de atención. La vida fácil y superficial que te propone el mundo te va a llevar a no comprometerte y pensar solo en ti.
Ábrete a los nuevos retos que el Señor está poniendo delante de ti; no dejes pasar trenes y oportunidades con las personas que comparten tu misma fe y están remando en la misma dirección que tú llevas; aunque no vayas en la misma barca, con la misma tripulación, procura buscar puntos de encuentro que te permitan pararte a conocer, compartir y enriquecer tu vida de fe. Dios está poniendo personas en tu camino para que puedas avanzar y sentir la belleza de construir comunidad. No te cierres ni te encierres en lo que tienes. Si quieres que tu espíritu vuele más alto y crezca, ábrete a los hermanos y llénate de todo lo bueno que te aportan con el testimonio de su vida y la riqueza de su experiencia de fe. Así es como Jesús lo cuenta en el Evangelio con la parábola de la oveja y de la moneda perdidas. Cuando sus dueños encuentran la oveja y la moneda comparten su alegría con quienes están a su alrededor. Este mismo ejemplo es el que tú mismo has de poner también en práctica, no guardándote la alegría y el gozo de tu encuentro con el Señor, sino que has de llamar a todos los que te rodean y hacerles partícipe de que has encontrado el mayor de los tesoros que podemos tener: Dios mismo que se ha puesto en tus manos.
Por eso las personas que han sentido la gracia de Dios en su vida han comprendido perfectamente la llamada que Dios les ha hecho para dar razón de su fe sin tener miedo a nada. No tengas miedo, déjate llevar por el Espíritu Santo que te planta delante de los hombres para que abras tu corazón y derrames todo el amor que Dios te ha regalado. La fe es un regalo para dar, con la certeza de que cuanto más das, Dios más te devuelve. Llena tu vida de Dios, no te quedes parado ni pensando en todo lo que tienes que hacer, porque cuando algo es prioritario en tu vida, eres capaz de sacar tiempo de cualquier lugar para hacerlo. A veces, sin darnos cuenta, nos convertimos en esclavos del tiempo, y vivimos siempre atados a él, buscando siempre excusas para justificar la poca dedicación que tenemos a los demás porque nos faltan horas en nuestro día a día y no damos más de si. El Señor te sigue llamando a la excelencia espiritual, no a la mediocridad. Dónate a los demás, entrega tu vida a Dios para que así te conviertas en imán que atraiga a los demás a Él. Que tu vida sea una continua propuesta de Dios para que tengas algo que ofrecer. Un cristiano que no tiene nada que ofrecer a nadie tiene una fe muerta, apagada.
Si estás decidido a dejarte tocar por Jesús has de estar dispuesto a todo. No te encierres en tu vida hecha, atrévete a dar el salto. Tu forma de vida, las seguridades que te has construido a lo largo de ella no pueden ser un lastre en tu relación con Dios. Atrévete a dar el salto de fe que necesitas para iniciar la vida nueva que tanto anhelas. Mírate por un momento y piensa qué tienes que dejar a un lado para entregarte en cuerpo y alma al Señor, ¿estás dispuesto? El Señor no entiende de excusas: “Quien coge el arado y mira atrás no es digno de mi” (Lc 9, 62). Dios te ha hecho libre para que elijas, ¿qué dices?