Estar preparados para afrontar las dificultades no siempre es fácil y nos pilla preparados. Frecuentemente nos solemos ver sorprendidos por las “sorpresas” que la vida nos pone por delante, y nos quedamos sin saber cómo reaccionar. Dios nos quiere ayudar en estos momentos y nos capacita para que tengamos la fortaleza, la determinación y el ánimo suficiente para que no desfallezcamos y seamos capaces de salir hacia delante. Es bello y hermoso sentirse elegido por el Señor. Nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos invita a vivir una experiencia espiritual profunda y verdadera, que nos mete de lleno en la dinámica del Espíritu y solamente hacen falta dos actitudes: abrir el corazón al Espíritu Santo y dejarse llevar donde Él lo desee. Dios no defrauda y siempre nos tiene presentes; basta con mirar a Jesucristo para darnos cuenta de lo especiales que somos, porque lo importante es mirar a Jesús cara a cara y ver cómo se preocupa por cada uno.
Si quieres ayudar has de involucrarte desde el principio, buscando la autenticidad has de procurar ser diferente y estar a disposición de lo que el Espíritu te sugiera en cada momento, porque siempre habla. Procura no cuestionar a Dios, aunque te veas superado por los acontecimientos en tu vida. Tu mente se embotará más y tendrás más dudas, sin llegar a nada claro, solamente harás más grande la impotencia que sientes al querer ayudar y no poder, viéndote superado por las circunstancias que te invaden. Aparta las prisas de tu vida espiritual, Dios no habla cuando estamos así; aunque te parezca que se toma su tiempo para actuar y concederte lo que le estás pidiendo, no es así, el proceso de fe ha de vivirse paso a paso, sin adelantarse, pues tu alma ha de estar preparada para el encuentro, y precisamente las prisas no son buenas consejeras. La premura que suscitan las dificultades y los sufrimientos no van relacionadas con la serenidad, calma y paciencia que necesita la vida espiritual.
Los cuarenta años de camino por el desierto del pueblo de Israel, son un claro ejemplo de cómo tenemos que confiar en el Señor. Primero nuestra insignificancia ante Dios, somos poca cosa, no nos podemos comparar con Él, aunque algunas veces nos creamos dioses. En segundo lugar, porque a pesar de ser el pueblo elegido, los israelitas tuvieron que vagar y purificarse, a la tierra prometida no se podía entrar de cualquier manera; lo mismo ocurre cuando nos acercamos a comulgar y a recibir a Jesús, no lo podemos hacer de cualquier manera, tenemos que estar bien preparados, en Gracia de Dios para recibir al Señor en nuestro interior. En tercer lugar, el pueblo de Israel tuvo que aceptar los planes de Dios, aunque le costó trabajo y por eso protestaba y se rebelaba ante las dificultades; hay veces que a los seres humanos nos cuesta cambiar de planes, nos rompen los esquemas y hace que en muchas ocasiones perdamos la paz. Estando en la presencia del Señor todo es distinto, con Cristo nuestro barco siempre llega a buen puerto, no seas especialista en ir a la deriva e ir dando tumbos de un lado a para otro por no dejar que el Señor Jesús lleve el rumbo de tu vida.
Así es como el Señor transformará tu tristeza en alegría. La tristeza y la melancolía solo te traen recuerdos del pasado, te hace mirar hacia atrás. Deja que el Señor te ayude a mirar al futuro, con paz y esperanza, pues es el Señor quien te ayuda a mirar con los ojos de la fe y asumiendo su voluntad. Con Dios eres capaz de alcanzar lo imposible, ponte en sus manos y acepta el reto que te propone. No dejes que la tentación del vértigo te venza y te deje parado, anclado en tu sitio, inmovilizado, sin capacidad de respuesta. El Espíritu sopla y nos lleva donde quiere, no te resistas. En la vida espiritual hay que dejarse llevar, no resistirse, y así descubrirás, vivirás y sentirás que el Señor está contigo, que tu alma no teme y que eres un privilegiado por tanto amor como Dios te da. Ponte en sus manos y déjate llevar.