La vida nos trae situaciones que no esperamos, donde tenemos que tomar decisiones que nos marcarán para siempre. Estas situaciones las podemos provocar nosotros o nos vienen solas, sin quererlas. Para estos cambios repentinos no estamos nunca preparados. Desde la fe hay dos opciones: confiar en Dios y hacernos más fuertes en la fe, o abandonar a Dios renegando de Él.
Sin duda lo mejor que podemos hacer es agarrarnos al Señor ante las dificultades y los problemas, ya que nuestra fe se hace más fuerte. En estas situaciones vamos a estar más sensibles para dejarnos tocar por el Señor, que siempre está pendiente de nosotros. Cuando vemos las dificultades y pensamos que todas se alinean contra nosotros, es cuando más descubrimos la presencia de Dios y escuchamos más claramente su voz.
Todos hemos tenido en nuestra vida momentos donde no hemos sabido qué hacer; donde hemos tenido que decidir qué caminos tomar con muchas incertidumbres o donde no hemos tenido más remedio que afrontar lo que estábamos viviendo. Cuando la fe ha estado ahí, marcándonos el momento, dando pausa a nuestra vida, es cuando nos hemos dado cuenta que con Dios todo ha sido mucho más fácil de lo que esperábamos.
Como somos seres humanos, capaces de tropezar muchas veces con la misma piedra, en muchas ocasiones nos da la sensación de que no aprendemos y nos llegamos a enfadar bastante con nosotros mismos, pues son muchas las frustraciones en las que nos encontramos y hacen que nos sintamos verdaderamente mal. Nuestras fuerzas decaen y a veces pensamos que no somos suficientemente fuertes para levantarnos de nuestras caídas y para ser verdaderos seguidores de Jesús.
Ante estas situaciones de debilidad y pobreza humana el apóstol San Pablo nos dice: «Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en mi debilidad”. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 7-10).
Por eso ante las debilidades no desfallezcas, pues al ponerte delante del Señor y darte cuenta de que lo necesitas con todas tus fuerzas, Él te hará mucho más fuerte. La debilidad y la tentación de abandonar, bajar los brazos siempre la vas a tener ahí. La duda también te va a asaltar en todo momento al preguntarte dónde está Dios, por qué a ti siempre… y puedes verlo todo muy oscuro. Por eso Dios te contesta que ahí tienes su gracia, pues su fuerza se realiza en la debilidad. Dios es así, actúa siempre rompiendo los esquemas y sirviéndose de tus debilidades para hacerte más grande. Por muy amargas que sean tus lágrimas y lamentos, no te rindas, no quites ni desvíes tu mirada ante el Señor. Ofréceselas a Cristo que viene a tu encuentro para consolarte y fortalecerte, pues Él pasó por momentos de dificultad más graves que nosotros y se enfrentó, por ti y por cada hombre, a la cruz. Cristo sufrió una angustia vital para dar sentido a nuestra vida. Por eso confía en Cristo que te ama y que quiere que reconozcas tus pobrezas y miserias, y adéntrate en la espiritualidad de Dios, abrazándote fuertemente a Cristo y a la cruz, para poder ser consciente y sentir fuertemente que no estás solo, que Él es quien te sostiene y acompaña para que te sientas amado y confiado de que con Él todo lo puedes. No dejes que la tentación de la soledad y el abandono te venzan, pues Dios siempre está ahí a tu lado, llevándote en brazos si es necesario, para que su amor de sentido a tu vida y te haga salir de la angustia y la tristeza que te envuelven.