Solemos ser más exigentes con los demás antes que con nosotros mismos porque nos resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el nuestro. Hay veces que los defectos de los demás resaltan más que los nuestros propios, y todo lo que nuestros esquemas y mentalidad nos condiciona sobre nuestras actitudes, hace que seamos injustos con los hermanos porque se nos olvide mirar en nuestro interior para descubrir que también nosotros somos humanos y nos equivocamos porque no somos perfectos. En este aspecto, la humildad nos ayuda a mirar en nuestro interior, a ser más prudentes y no dejarnos llevar por los impulsos, teniendo así más tacto con el prójimo.
Nuestra memoria nos juega malas pasadas porque se nos olvidan muchas cosas, signo de nuestra imperfección. La voluntad se debilita y rápidamente comienzan a aflorar en nuestra vida las comodidades, dando paso a la pérdida de ilusión en la vivencia de nuestra vida ascética, que nos permite estar cada día más despiertos para rechazar las tentaciones del enemigo, pero sobre todo para no dejarnos llevar por las corrientes mundanas que nos rodean y que nos alejan de Dios. Por naturaleza los seres humanos siempre tendemos a lo fácil, a lo placentero, a lo inmediato… dejándonos llevar por los placeres de la carne antes que por la vida del Espíritu. Nuestra tentación está ahí. No nos mostremos tan fuertes en la vivencia de nuestra fe porque no presentamos una clara batalla al mundo. Sucumbimos a sus seducciones y dejamos de lado el Evangelio porque nos pone a prueba. ¿Estás decidido a sacrificarte y renunciar para siempre a los placeres de la carne? No puedes relajarte en tu vivencia de la fe. La tentación y el pecado siempre están acechando, y a veces es demasiado exigente tener que perseverar para mantenerse fiel al Evangelio y a todo lo que Dios nos pide en el día a día.
Por eso dice el autor de la carta a los Hebreos: «Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos» (Heb 12, 4-6). Pelear contra el demonio es muy difícil y también muy exigente. Por eso es necesario abrir el corazón al Señor, para que entre con su Palabra y te ayude a comprender cómo tienes que hacer para serle fiel. La autosuficiencia hace mucho daño a la espiritualidad, porque te hace creer que tú puedes con todo y con tus solas fuerzas te sirves. Además que hace que rechaces todo lo que viene de Dios. Qué rápido nos olvidamos de Dios y de lo que nos dice día tras día.
El Señor y tú podéis hacer un gran equipo. Dios siempre da el primer paso y te da todas las concesiones que necesitas para que le seas fiel. No desaproveches estas oportunidades y déjate llevar, porque como hijo suyo que eres quiere lo mejor para ti. Por eso el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos, porque quiere llenarnos de vida. Una vida llena de retos, los que necesitamos cada día para vivir con ilusión y entrega; una vida llena de encuentros con personas, a las que tenemos que amar y servir como lo hizo Jesús; una vida llena de oración, porque es la manera de alimentar la fe y comprender con claridad qué es lo que Jesús nos está pidiendo que vivamos y el sentido verdadero que hemos de dar a nuestra vida.
Sé del equipo de Dios, no te conformes con jugar un rato, apuesta a ser titular y prepárate para ello a conciencia. Dios sigue esperando grandes cosas de ti; para triunfar como una canción y decirle al Señor lo mucho que le amas y lo importante que es para ti. no le defraudes y aprovecha este tiempo para llenarte del amor de Dios.