Siempre estamos con prisas, nos gusta esperar poco. Nos hemos acostumbrado, y así nos lo están vendiendo los grandes almacenes, a no tener que esperar. Nos ofrecen multitud de facilidades para que no tengamos que hacer grandes colas para pagar y así nos vayamos pronto con la compra. Hasta nos dan la oportunidad de comprar cómodamente sentados desde nuestras casas, por internet, para que no nos molestemos tan siquiera en tener que desplazarnos y mucho menos tener que esperar. Así aprovechamos mejor el tiempo en hacer lo que nos gusta sin tener que “perderlo” en esperar.
Verdaderamente todos queremos que se hagan realidad nuestros deseos, anhelos e ilusiones, pero hemos de tener paciencia, hemos de esperar a que se den las circunstancias idóneas en nuestra vida para que acontezca lo que esperamos. La fe es importante para esto, porque esperar sin fe puede hacer que entremos en la impaciencia y los nervios nos juegan una mala pasada. Es necesario tener paz en el corazón para que la espera nos ayude a acrecentar nuestra confianza en el Señor, a vivir con alegría este tiempo y poder compartir con humildad y con gozo que el Señor está presente en tu vida.
Son muchos los momentos donde nos alejamos de Dios por nuestras faltas y pecados. Otras veces el distanciamiento viene porque nos enfadamos con Él porque en nuestra vida las cosas no marchan como nos gustaría o porque no entendemos lo que nos está ocurriendo y porqué Dios nos pone dificultades en el camino. En medio de estas situaciones, Dios también actúa y nos habla para ayudarnos; nos reconforta y da la paz, nos consuela y ayuda a aceptar, a levantarnos y seguir caminando…; y todo esto lo hace para bendecirnos, para que le sintamos cerca y nos llenamos de su inmenso amor. Eso mismo le ocurrió al anciano Simeón: “Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios” (Lc 2, 25-28). Simeón confiaba en Dios, era un judío piadoso y tenía la esperanza de ver al Mesías del Señor. Estaba esperando en el Señor, esa promesa que le había hecho el Espíritu Santo de ver con sus propios ojos al Mesías, y en esa espera se mantuvo, confiando verdaderamente en que Dios no le iba a defraudar. Para Simeón esperar, confiando en el Señor, fue una recompensa, porque una vez más pudo ver en su vida la Palabra de Dios se hacía realidad y que Dios cumple aquello que promete. Para esperar no hemos de poner tiempo, algo que siempre estamos midiendo y que hace que nos impacientemos. Simeón nos enseña a esperar sin prisas, a ponernos en las manos del Señor sabiendo que siempre cumple su promesa, porque su Palabra es fiel.
Ten fe, no desesperes, confía en el Señor que no defrauda. Lo has experimentado más veces en tu vida, porque cuando te encuentras en situaciones difíciles, Dios siempre responde y te tiende la mano para ayudarte. Espera en el Señor, no te desanimes ni te pongas nervioso. Dios sabe muy bien qué es lo que se hace. Déjale el control de tu vida que Él y confía plenamente, sin temor. Pon tus agobios, dificultades y problemas en las manos de Dios, porque sentirás cómo su mano te ayuda y te protege, incluso hasta podrás dejar que sea Dios mismo quien decida por ti. Deja que Jesús haga y deshaga en tu vida, que encuentres paz esperando en Dios y poniendo toda tu confianza en sus manos, porque así los problemas cotidianos de la vida podrás resolverlos siendo consciente de que Dios está a tu lado y va haciéndose presente en cada acontecimiento de tu vida, para que tu corazón no tiemble. Esperar en el Señor es dejar que Él tenga la última palabra, por eso déjate llevar y abandónate en sus manos.