Estamos en plena campaña de Navidad, los comercios ya se han encargado de meternos en esta dinámica de celebración, consumo, luces, villancicos… dejando a un lado todo lo que significa Adviento y preparación interior y espiritual, para celebrar el primero de los dos grandes misterios de nuestra fe: la Encarnación del Señor, su nacimiento. El segundo es la Resurrección, centro de nuestra vida cristiana. Es tiempo de Adviento y tiempo de austeridad, de encontrarnos con Dios para convertir nuestra vida y volver nuestra mirada a Dios, que quiere que lleguemos en plenitud de facultades espirituales a la noche santa de la Navidad del Señor. No podemos recibir a Jesús de cualquier manera, nuestro espíritu y corazón han de estar preparados, limpios y con su trabajo espiritual hecho para que podamos alegrarnos en medio de la noche y reconocer al Dios con nosotros.
Para eso hemos de pasar por el desierto, por la vida de ascesis que nos purifica y nos hace dar pasos de calidad en nuestra vida de fe. Necesitamos, como el agua, ese crecimiento y madurez interior que nos haga acercarnos más a Dios y desprendernos de todas aquellas impurezas que hemos ido adquiriendo a lo largo de estos últimos tiempos. Ahora es cuando tenemos que caminar a contracorriente con más fuerza, porque sino la sociedad nos terminará arrastrando, movidos por la masa que nos incita y llama sin cesar a deslumbrarnos por lo que la sociedad a banalizado y echo suyo con el único afán de consumir y de que nos dejemos llevar por el ruido y el desorden en el que nos sumerge lo profano.
Seguro que más de una vez te has propuesto no dejarte arrastrar, no dejarte influenciar y hacer lo que tú crees más conveniente para tu vida. Siempre te han dicho tus padres y educadores que hay que saber diferenciar los momentos y saber estar en cada momento; seguro que a tus descendientes así también se lo has tratado de inculcar, para que sepan comportarse. Pues ha llegado la hora de que en medio de esta sociedad los creyentes nos plantemos y sepamos diferenciar los momentos y testimoniar que lo importante en este tiempo fuerte en el que nos encontramos, esperando la Venida del Señor, es pedirle a Dios que venga a nuestra vida porque le necesitamos. Necesitamos convertirnos de nuestros pecados y debilidades y purificarnos para estar cerca de Él saboreando su presencia y compañía entrañable.
Ten la voluntad y determinación necesaria para «en el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale» (Is 40, 3-4). Es lo que el Adviento nos pide: que le preparemos el camino al Señor para que cuando venga pueda entrar en nuestra vida y podamos dejar que actúe y nos haga testigos del Amor y la Vida en Dios. El camino no es fácil, hay que allanar, levantar, abajar, enderezar e igualar. Son trabajos duros, difíciles que necesitan de mucho empeño, de mucho esfuerzo. Si algo solemos rehusar a menudo, a veces por naturaleza, otras por comodidad, es el sacrificio, el trabajo y el esfuerzo. Y mucho más cuando lo que nos proponen en estos días nos deslumbra y nos invita a disfrutar, gozar, consumir y pasarlo bien.
Procura que en estos días Dios toque tu corazón, entre en tu vida y te ayude a purificarte. Haz un buen examen de conciencia y confiésate, para que la Gracia de Dios llene tu alma y puedas estar en todo momento con Dios. Es tiempo de Adviento, tiempo de espera, tiempo de esperanza. Que Dios acreciente tu esperanza y así puedas ser en tu entorno un signo de Cristo que viene al encuentro del hombre. Dios te ha elegido para actuar a través tuyo. No le des largas. Atrévete a que este Adviento sea especial y le saques el mayor de los provechos. En tus manos está.