A todos nos gusta estar a la altura de lo que esperan de cada uno. Queremos hacer las cosas siempre lo mejor posible para que no puedan decir nada de nosotros; para que estén contentos con lo que nos encomiendan y con nuestro trabajo. Son muchos los malos ratos que nos llevamos personalmente cuando no estamos a la altura y lo pasamos mal. Continuamente vamos buscando constataciones de los demás o de nuestro entorno para cerciorarnos de que estamos haciendo lo correcto y de que es de su agrado. Lo necesitamos.
También hemos de buscar estar a la altura de lo que esperamos de nosotros mismos. Hay veces que a nivel personal dejamos mucho que desear, quien escribe el primero, pues son muchos los propósitos personales que nos planteamos a los que muchas veces no respondemos y se quedan solamente en buenas intenciones; como los conocemos solo nosotros mismos nos dejan un amargor interior porque sabemos que no estamos a la altura, aunque los demás no lo noten. Pero no todo es fracaso, porque también obtenemos grandes satisfacciones personales cuando somos auténticos y las cosas nos salen bien porque nos hemos esforzado y hemos puesto lo mejor que tenemos en nuestro interior. Entonces estamos a la altura y nos sentimos realizados.
Pensemos cada uno si estamos a la altura viviendo nuestra fe; si respondemos a lo que el Señor espera de nosotros y estamos correspondiendo con los dones que el Señor nos ha dado a cada uno. Tenemos que ser fieles a lo que Dios nos encomienda, aunque es paciente con nosotros, no podemos demorar en el tiempo nuestros compromisos ni jugar con Él pensando que como es paciente y misericordioso siempre nos va a perdonar aunque no hagamos las cosas bien. No podemos utilizar a Dios para lo que nos conviene y cuando nos conviene. Debemos estar a la altura pues siempre nos da mucho más de lo que nosotros a Él.
Nos dice el apóstol san Pablo: «Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, de modo que, tanto si voy a veros como si tengo de lejos noticias vuestras, sepa que os mantenéis firmes en el espíritu y que lucháis juntos como un solo hombre por la fidelidad al Evangelio, sin el menor miedo a los adversarios; esto será para ellos signo de perdición, para vosotros de salvación: todo por obra de Dios. Porque a vosotros se os ha concedido, gracias a Cristo, no solo el don de creer en él, sino también el de sufrir por él, estando como estamos en el mismo combate; ese en que me visteis una vez y que ahora conocéis de oídas» (Flp 1, 27-30).
Es necesario que llevemos “una vida digna del evangelio de Cristo” porque el testimonio que hemos de dar como creyentes tiene que tener su eco en medio de nuestra sociedad. Hoy se valora mucho la coherencia de vida, y los primeros que hemos de ser coherentes somos los cristianos, viviendo sin tapujos y sin miedo lo que nos dice el Evangelio. La hoja de ruta que hemos de seguir para nuestra salvación la tenemos marcada ahí, y para ello necesitamos ser fieles, sin dejarnos vencer por los falsos respetos humanos y por las tentaciones camufladas que quieren por encima de todo apartarnos del Señor.
“Combatir el combate”es una clara llamada a no dormirnos ni dejarnos enterrar por tantos quehaceres mundanos, superficiales…. que solo quieren eclipsar nuestra relación con el Señor. Si quieres estar a la altura necesitas romper, dejarte llevar, para que Dios actúe con total libertad y sin cortapisas en tu vida. Regálale tu corazón para que así experimentes el gozo de saber que Dios está a tu lado. Así estarás a la altura.