Bien sabemos todos lo importante que es pensar las cosas antes de hacerlas para luego no tener que arrepentirnos. Más de alguna vez nos ha ocurrido de decir y hacer algo sin pensarlo y rápidamente nos hemos dado cuenta que estaba mal, que no era el camino a seguir, que nos hemos precipitado y los impulsos nos han jugado una mala pasada. Para todos es muy importante estar y tener la conciencia tranquila, porque es el mejor termómetro que tenemos para medir la paz en nuestra vida, sabiendo que no tenemos nada contra nadie. Jesús en el Evangelio nos da cada día multitud de pistas para que así podamos vivir, sabiendo lo que hemos de hacer y dejándonos guiar por lo que Él nos dice a cada momento. Escucha con claridad al Señor, en lo que te quiere transmitir, déjate seducir por Él, y tu vida irá siempre por el camino de la verdad.
Para ello necesitamos estar en continua revisión; hemos de pararnos cada día, al final de la jornada para hacer examen de conciencia, el mejor de los instrumentos que tenemos para seguir avanzando en nuestra vida espiritual, pues nos ayuda a repasar lo que hacemos mirando a nuestro corazón y siendo conscientes de lo que vivimos y decimos. Hacer examen de conciencia es una buena oportunidad para rezar y ver con claridad, desde la fe, qué es lo que Dios quiere de nosotros y cómo lo ponemos en práctica cada momento.
Hemos de cuidar nuestra relación con Dios y saber lo que hacemos bien o mal. Sabemos perfectamente la importancia que tiene nuestra fe, y que a Dios lo tenemos que tener en nuestro corazón “como oro en paño”; no podemos recibir a Jesús en nuestro corazón de cualquier manera, por eso realizar cada día un examen de conciencia sincero y profundo nos ayuda en primer lugar a orar y reconocer cómo Dios actúa en nuestra vida y ha puesto toda la Creación, toda su obra, a nuestros pies para que nosotros vivamos en plenitud a cada momento. En segundo lugar nos permite darnos cuenta de cuáles son nuestros fallos y errores, provocados por nuestra condición humana, limitada y defectuosa, y que continuamente necesita de atenciones por nuestra parte, para mejorar y progresar en nuestra vida de fe. Y en tercer lugar nos permite pedirle a Jesús que sea misericordioso con nosotros, como nos dice el apóstol san Juan: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1Jn 2,1-2). El examen de conciencia nos permite avanzar y mejorar nuestra calidad de vida espiritual, necesaria para salir de la vida cómoda, fácil y mediocre en la que muchas veces nos sumergimos casi sin darnos cuenta. Además, nos ayuda también a no retroceder en los pasos espirituales que hemos ido dando, porque nos permite romper con nosotros mismos para unirnos cada vez más a Dios.
Seguro que todos tenemos situaciones que hemos de convertir en nuestra vida, pues ninguno somos perfectos. El examen de conciencia nos ayuda a ver lo que tenemos que cambiar y a esforzarnos en realizar ese cambio, pues exige determinación y fuerza de voluntad por nuestra parte, para no abandonarnos y dejarnos llevar por la inercia de la vida y la dejadez espiritual que tantas veces nos tienta. Por eso hemos de ponernos en las manos del Señor cada día, para que lo que hayamos hecho mal, no lo agravemos con el paso de los días, y podamos rectificar a tiempo. Dios es paciente con nosotros y nos va a dar luz para saber cuáles son los pasos que tenemos que dar, para ir poco a poco cambiando, siempre y cuando confesemos nuestros pecados y estemos en Gracia de Dios. Así es como se produce en nuestra vida la conversión verdadera, cuando estamos en Gracia de Dios y dejamos que el Señor esté siempre presente guiando nuestros pasos.
Es importante revisarnos cada día, hacer nuestro examen particular de conciencia, para que cuando llegue el momento de la confesión y de recibir la absolución de nuestros pecados, podamos sentir cómo el Señor nos devuelve de nuevo la vida y encontramos la fuerza para seguir manteniéndonos firmes en nuestra fe y en el gran propósito de seguir fielmente los pasos de Jesús.