Hay veces que cuesta demasiado trabajo hacerse a la idea de lo que es repentino y sorprendente porque provoca un gran sufrimiento y dolor en nuestras vidas. Aceptar lo que la vida nos trae cuesta demasiado trabajo. La Virgen María también lo tuvo que experimentar en su propia carne cuando contemplaba a su hijo en la cruz después de haber sido torturado y maltratado por los soldados romanos. Una espada le atravesó el corazón sumergiéndola en el mayor de los dolores, especialmente en el momento de tener el cuerpo sin vida de su hijo en sus brazos. No hay mayor dolor que tener que hacer lo contrario de lo que la naturaleza ha dispuesto: que un padre y una madre entierren a su hijo. ¿Cómo hacerse a la idea de algo tan doloroso y desgarrador? María lo pasó muy mal, sólo quien ha sufrido en su vida algo tan duro puede saber cómo se sintió María. El resto de personas nos lo podemos imaginar solamente, no llegaremos nunca a ser conscientes de ese verdadero dolor.
Lo humano se tiene que ver ayudado por lo trascendental. Vivir situaciones así, solo desde el sentimiento humano y no ayudarnos de la fe sería hacer la cuesta mucho más dura. La fe en Dios ayuda y mucho, de hecho, el ejemplo lo tenemos cuando los evangelios nos hablan del día después de la muerte de Jesús. El primer día de la semana, muy de mañana las mujeres iban al sepulcro a terminar de preparar el cuerpo de Jesús. En ningún momento se nombra a la Virgen María, Madre de Jesús. A ella no le hizo falta ir al sepulcro. ¿Lo dejó de llorar? ¿Sabía que Dios tenía preparado algo grande? ¿Cómo se enteró de la resurrección de Jesús? Su fe, su confianza en el Señor le hizo esperar en Dios, sabía que Dios tenía algo grande preparado, pues nunca le había fallado y por eso no fue al sepulcro. La Virgen María es una privilegiada del Señor y quién mejor que ella, que tuvo el mayor dolor y sufrimiento humano, como tantos padres y madres que han perdido a su hijo, para ayudarnos a hacernos a la idea de lo que tanto trabajo cuesta digerir.
No es fácil asumir la muerte, y mucho más de personas jóvenes, de niños, de quienes se van de repente, sin ni siquiera poder despedirnos de ellos. De los golpes duros son los que cuestan trabajo hacerse a la idea. Encontrar el consuelo se hace difícil y quizás no llegamos a saber dónde comenzar a buscar. Dice el apóstol san Pablo: «Lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo. De hecho, si pasamos tribulaciones, es para vuestro consuelo y salvación; si somos consolados, es para vuestro consuelo, que os da la capacidad de aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nuestra esperanza de parte de vosotros es firme, pues sabemos que si compartís los sufrimientos, también compartiréis el consuelo» (2 Cor 1, 5-7). Apoyándonos en la fe llegaremos a encontrar el consuelo en el Señor, sintiéndonos reconfortados por Jesús, pues sale a nuestro encuentro para que no nos sintamos solos, podamos descansar en Él, poniendo nuestro corazón en sus manos y dejando que Él sea quien lo llene de su paz, serenidad y confianza.
No se trata de entender, desde nuestra pobreza racional nos vemos superados por multitud de situaciones. Se trata de creer. La fe es quien nos permite dar el salto que necesitamos para confiar y estar totalmente unidos a Jesucristo. Cuando la vida nos marcha bien parece que no necesitamos tanto de Dios; nos sumergimos en nuestro mundo y hasta nos permitimos el lujo de olvidarnos un poco de Él. No debe de ser así, pues cuando nos llegan los sufrimientos, necesitamos tener hechos nuestros deberes espirituales, para que así reconocer la presencia y la cercanía de Dios sea mucho más fácil, porque las lágrimas, el dolor, el desconcierto, la desolación… pueden hacer que ver a Jesús sea más difícil y por lo tanto sea más complicado recibir el consuelo que el mismo Cristo nos quiere dar.
Ora, no esperes a que la vida te pare en seco para darte cuenta de la importancia que debe de tener Dios en tu vida. Hacerse a la idea ante lo inesperado es una tarea difícil, no estamos preparados para ello. Tomar conciencia de la importancia de Dios requiere de un tiempo y una dedicación. Ora, para que no te tengas que nunca te veas perdido y siempre tengas la conciencia de que Dios está presente en tu vida siempre.