La Palabra de Dios es clara y tajante, no da lugar a dudas. Aunque la queramos acomodar a nuestros intereses o a nuestra conciencia, es esa espada afilada que corta todo lo que se pone a su paso. Hay veces que la cerrazón humana no nos deja ver más allá. Tener la verdad delante de tus ojos y no querer acercarte a ella es pagar un precio demasiado alto por mantener la conciencia bien acomodada al plan de vida que uno se ha proyectado para sí. Pero hemos de tener claro que nuestra vida no es para nosotros, es para los demás, pues sin ellos no podemos obtener la felicidad. Buscar la felicidad para ti mismo es empobrecerla demasiado, yo diría que es prácticamente imposible, pues todos necesitamos personas a nuestro lado con quienes hablar, compartir…, sabedores que por muy autosuficientes que nos creamos, necesitamos de ellos directa o indirectamente. Así es la vida del ser humano, para sobrevivir de pequeño necesita de la protección y atención de sus mayores; siempre hay cosas que por mucho que queramos no podemos hacer solos, y esto sí que es un palo grande para nuestra autosuficiencia.
No podemos estar siempre quejándonos, la queja nos lleva al juicio hacia el hermano y hacia las situaciones que nos tocan vivir. Hay que aprender a aceptar y a sobrellevar lo que no nos gusta. Sé que es difícil poner en práctica la teoría, pero no podemos quedarnos eternamente en el lamento, en el llanto de lo que queríamos conseguir y no fue posible. Ante la impotencia que nos provoca, caemos en la murmuración y nos terminamos llenando de amargura. La vida no es un sinsabor. Nuestra felicidad depende de la capacidad que tengamos para afrontar cualquier piedra que se nos ponga delante, pues a mayor capacidad de reacción menos tiempo que tardaremos en sortear las dificultades y volver a caminar con alegría y esperanza.
Dice el libro de los Proverbios: «La boca del necio es su ruina; sus labios, trampa para su vida. Las palabras del chismoso son dulces, bajan hasta el fondo de sus entrañas» (Prov 18, 7-8). Hemos de ser cautelosos con lo que juzgamos y criticamos, pues a la vuelta de la esquina podemos ser nosotros los que caigamos en la misma situación que censuramos y nos tenemos que comer nuestras propias palabras. Corremos el riesgo de convertir nuestra vida en una continua incoherencia, pues no somos capaces de prever nuestro futuro, y son muchas las veces que parecemos tan seguros de nosotros mismos que nos constituimos en jueces de los demás y poseedores de la verdad. Esto es un error. Nuestra verdad puede coincidir con la Verdad Absoluta, que es Dios pues desde nuestra imperfección no podemos ni pensar ni creer que somos perfectos y que podemos abarcar a Dios. Son muchas las veces que somos traicionados por nuestros propios instintos y sentimientos que nos juegan malas pasadas y hacen que seamos más imperfectos y vulnerables de lo que nos creíamos.
Deja que la Palabra de Dios sea tu luz y tu camino. Esfuérzate para que esa espada afilada que es la Palabra arranque de lleno las imperfecciones de tu vida, signo de que día a día contrastas tu vida con ella y Dios actúa en tu interior dejándote moldear para ser imagen y semejanza suya. El Señor te ama y quiere lo mejor para ti. Es el mejor Padre que puedes tener, no hay quien lo iguale y ni mucho menos que lo supere. Por eso todo lo que te dice y te pide es para tu propio bien, para que puedas tocar y saborear la felicidad en tu día a día. Por eso nos dice Jesús que «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35), porque lo que Dios nos pide siempre es que compartamos y amemos, que demos la vida por los demás siguiendo el ejemplo de Jesucristo. El camino lo tenemos en la Palabra; para entenderla hemos de estar en sintonía con el Señor para tener claridad de espíritu y poder llevarla a la práctica en nuestra vida y podamos caminar y vivir en la libertad de los hijos de Dios. «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32).La Palabra es Verdad, Dios es Verdad y quiere que estés con Él viviendo en la Verdad. En tus manos está hacerlo o no realidad.