Qué importante es tener presente durante nuestra vida nuestras raíces y todos los valores, costumbres y tradiciones que nos han inculcado desde que nacimos. Ser agradecido a lo que nuestros mayores nos han inculcado y a los que a lo largo de la historia se han preocupado por cuidar y mantener vivas nuestras celebraciones más profundas y transmitirlas con la mayor fidelidad posible. Cada uno somos fruto de nuestra propia educación y la tenemos que hacer valer en cada momento, pues de nosotros depende el mejorar lo que hemos heredado.
“La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos” – Proverbio indio.
Es importante tomar conciencia de cómo vamos a dejar el mundo en el que vivimos a las generaciones venideras; tanto a nivel medioambiental como social. Estamos en un momento donde las relaciones humanas se han ido deteriorando y enfriando; la pandemia ha cambiado nuestra convivencia y la manera de interactuar entre nosotros. No somos un número ni máquinas de producir. Somos personas que tenemos corazón y estamos llamados a compartir todo lo que tenemos dentro. No dejemos que la desconfianza reine entre nosotros, que nos tratemos con frialdad o distancia.
«Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9, 7). Estas palabras del apóstol San Pablo son una invitación a poner el corazón en todo lo que hacemos, mucho más si lo hacemos convencidos y desde la alegría del compartir. Si algo puede cambiar nuestros ambientes cotidianos es lo que llevamos en lo más profundo de nuestro corazón; porque es lo que hemos aprendido entre los nuestros, lo que nos han transmitido con amor, cariño, devoción, convencimiento… y tantos sentimientos buenos que nos permiten sacar la parte más hermosa y bella que tenemos dentro. Da la sensación de que con el paso de los años vamos perdiendo nuestra creencia en que el mundo puede cambiar, y por ende las personas. Los desencantos, decepciones, frustraciones y desilusiones que nos hemos llevado a lo largo de nuestra vida, se encargan muy bien de darnos las dosis de realidad que nos hacen ser conscientes de que el hombre es pobre, en ocasiones malo (cuando actúa movido por intereses egoístas) y muy difícil, por no decir imposible, de que cambie radicalmente.
«Y Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones, de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo, os sobre para toda clase de obras buenas» (2 Cor 9, 8). No dejes que las pobrezas humanas y del mundo puedan con tus raíces y todos los valores que tus mayores te han transmitido. Confía en el Señor y ponte en sus manos porque con su ayuda vas a ser capaz de llegar a los corazones de quienes están a tu lado. No te preocupes del mundo en general, preocúpate de tu ambiente, del granito de arena que puedes aportar al amor de Dios, que sigue confiando en ti para que lo hagas realidad. Tienes multitud de dones que el Señor te ha regalado para que puedas hacerte cada día eco de tus raíces y de tus valores para hacerlos realidad allá donde te encuentres y transmitirlos de corazón. Pero si hay algo más bello todavía es que con la ayuda de Jesús puedes hacerlos vida en ti y en quienes te rodean. Es todo un reto que te va a exigir esfuerzo, caminar contracorriente, sentirte solo…, pero es cierto que tienes al Señor de tu parte y con Él todo lo puedes.
Confía en Dios. Con su ayuda podrás hacer vida tus raíces y tus valores. Es la mejor manera de honrar a tus mayores y de sentirte más unidos a ellos. Dios te ha dado unos dones porque sabe lo que puedes hacer con ellos viviéndolos en plenitud. Y el momento es ahora. Aquí. Hoy.