Hoy es Jueves Santo, hoy es el día del Amor Fraterno. No es un jueves más del año, es el jueves más especial porque Cristo instituyó la Eucaristía, nos enseñó el verdadero valor del amor, de la entrega y del servicio. Hoy tiene sentido meditar el último mandamiento que Jesús nos dejó: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). El amor no es una opción, es el mandato de Jesús. No podemos pensar en si nos apetece o no, porque la condición natural del hombre es a amar y entregarse. Amar la propia vida, amar a los demás y por supuesto, amar a Dios. Son las tres dimensiones del ser humano que nos completan y que no pueden dejar coja nuestra capacidad de amar, si no las vivimos auténticamente. No amar a los demás ni a Dios es desobedecer el mandato del Señor Jesús.
Dios nos enseña lo que es el verdadero amor, porque nos entregó a su Hijo para que muriese por nosotros. Cristo se sacrifica y Dios sacrifica a su Hijo por amor a los hombres, indistintamente del nombre y apellidos. El amor de Dios no es selectivo, es para todos. Así hemos de ser cada uno de nosotros también. Muchas veces la acepción que hacemos de personas limita nuestra capacidad de amar. Por eso hemos de aprender de Dios, para que nuestra capacidad de amar carezca totalmente de egoísmo, pues no amamos por nuestro propio interés, sino que amamos buscando siempre lo mejor para el otro. Así nos lo enseña Jesús cuando dice: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Tomad y bebed, esta es mi sangre» (Mt 26, 26-27). Jesús se ofrece y se sacrifica por amor hacia el hombre, lo mismo hemos de hacer cada uno por los demás, sacrificarnos, entregarnos a los demás por amor. Es Jueves Santo, no es un jueves cualquiera.
El Amor viene de Dios, y para eso nos ha regalado el Espíritu Santo, para que todo lo que es inalcanzable por las solas fuerzas humanas, lo podamos conseguir con la Gracia. Por eso el Espíritu Santo habita en cada uno. Así lo dice el apóstol san Pablo: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5). Para que esto sea así debemos dejar actuar el Espíritu en nuestro interior. Nos va a sorprender, seguro, pero sobre todo nos va a ayudar a vivir el amor en su dimensión más pura. Que no te asuste, porque te va a llevar a amar incluso a tus enemigos. En las manos de Dios todo es posible, por eso hoy no puede tener fronteras tu capacidad de amar, es la aventura más maravillosa, sobre todo cuando lo haces desde la presencia de Dios. Todo se vuelve posible y llega a ser realidad cuando dejas que tu guía sea el Señor y el amor.
No dejes entrar al pecado en tu vida, especialmente por las faltas de amor, porque te cierras a la Gracia de Dios y no dejas que el Señor te guíe hacia el encuentro del hermano. Los sentimientos no se pueden controlar, pero tu voluntad sí. Quizás no te nazca amar a esa persona que tanto daño te ha hecho, pero sí que puedes elegir amar a esa persona. Si te mantienes firme en tu voluntad, sí que podrás con el tiempo llegar a transformar tu amor hacia ella. Por eso, confía en Dios, que te hará lo que para ti es imposible. Dios siempre está preparado para llevarte a vivir lo que dice su Palabra, déjate hacer y no te opongas, porque ahí está tu libertad que te ayudará a avanzar con paso firme.
Es Jueves Santo, día del Amor Fraterno, momento para hacer un acto de fe auténtico y sublime. Ora ante el Monumento, que nada ni nadie aparte tu vida de la fuente del verdadero amor, que no es precisamente tu corazón, sino el corazón de Dios, el milagro de la Eucaristía, donde Cristo se nos entrega en Cuerpo y Sangre. De ahí nace lo imposible a los ojos del hombre y lo posible a la Voluntad de Dios. Ora y ora ante el Monumento, no desfallezcas, no cambies a Dios, no digas que no tienes tiempo, porque Cristo está esperándote una vez más para decirte en primera persona que ofrece su vida por ti, que te ama y que no se arrepentirá jamás de entregarse cada día para tu salvación. Esta noche Getsemaní se llena de verdadero sentido, porque en la más absoluta oscuridad, en la angustia más profunda, ante la aceptación de la propia muerte, Jesús dice: «que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42). Que con la ayuda del Señor, dejes que tu corazón se llene de Su amor y que puedas decir lo mismo.